miércoles, 24 de junio de 2009

Y voló, voló

“Vive rápido, muere joven y deja un cadáver hermoso”, decía James Dean. Pero Rodrigo Bueno, que vivó a mil por hora, no era ningún rebelde sin causa. Era, más bien, un niño tierno y comprador, ávido de popularidad y pletórico de energía y carisma.

Potro indomable y desfachatado, sus ojos eléctricamente azules, sus cabellos camaleónicamente coloridos y sus pantalones de cuero fueron el envoltorio perfecto para que el cuarteto -emblema del folclore cordobés- llegara a Capital Federal y todo el país. Detrás del astuto y marketinero ídolo pop había un cerebro y un corazón puesto enteramente a un oficio que Rodrigo mamó de familia y erigió en la incasable ruta. Más allá de sus limitaciones vocales y -según el gusto- compositivas, llevaba en sí una dirección absoluta de lo que quería y supo imponer hits irresistibles al pulso popular que, durante un par de temporadas, sacudieron al país.

El asfalto que ese atorrante derrochaba en cada comentario o estrofa fue el mismo que se lo llevó y que nos privó de ver desplegado su verdadero talento. Quizá con el tiempo, Rodrigo podría haberse instalado en un círculo respetable de hacedores de la canción nacional. Pero, lamentablemente, sólo quedan las especulaciones, un santuario desvencijado y una lista implacable de hits que hacen bailar hasta a los muertos. Quiso el azar que Rodrigo Bueno se fuera de este mundo el mismo día que Gardel, en 2000 (justo después de participar en La Biblia y el Calefón). Pero no se confundan (y no confundan): el Potro no quiso ser Gardel. Le bastaba con ser como La Mona. Y no duden que por un tiempo no sólo lo fue sino que trepó mucho más alto, alto como el cielo celeste de pirata cordobés.

Fuente: Hoy

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