lunes, 18 de febrero de 2008

“Pornodrama II. Un Esquimal”: Toca pero no sientas

por Diego Braude

Idea: Javier Magistris Dirección: Alejandro Casavalle Intérpretes: Juan Pablo Carrasco, Pedro Ángel Di Salvia, Lizzy Pane, Carolina Refusta Vestuario: Andrés Manzur Escenografía: Silvina De Gennaro, Juan Manuel Maseda Diseño de arte: Leticia Bobbioni Diseño de luces: Leticia Bobbioni Video: Fernando Camozzi Música: Enzo Maqueira Efectos especiales: Carlos Casavalle Asesoramiento psicológico: Alberto Motkoski Asistencia de dirección: Javier Domínguez, Natalia Fried Prensa: Duche & Zárate Producción ejecutiva: Cecilia Inés Petrilli Web: http://pornodrama.blogspot.com.

Finalizó Funciones 2008 -- Belisario Club de Cultura, Av. Corrientes 1624, Teléfono: 4373-3465


Sociedad de lo obsceno, donde todo se ve. Sociedad del primer plano, casi escatológico. Nos fascina el mirar, el hurgar. Ya no es el voyeurismo, sino algo aun más mórbido. Ver, remover las sombras, hacer que todo esté a la vista. Acortar las distancias entre el deseo y su consecución; eliminar los riesgos y la posibilidad de dolor. Que todo se vuelva pasajero, intercambiable. Como las skins (“pieles”) de los softwares reproductores de música de la computadora, intercambiables.

Ella llega (Noralí), y comienza una charla telefónica. Él (Ernesto) se acerca. Ella no interrumpe la conversación y lo masturba. Posteriormente, él la penetra. Paralelamente, una cámara (elemento extradiegético, externo a la trama propiamente dicha) sigue las acciones. La conversación telefónica (con su hermana), jamás se interrumpe. Acto seguido, una discusión, porque ella no ha cocinado nada, sabiendo que ese es el día en que reciben “visitas”. Pareja swinger, ese es el día de intercambio.

Sexualidad como experimentación de placer, del erotismo. Sexualidad experimentada como intercambio de mercancías (las mujeres), diseñadas para hacer acabar a los hombres. Sexualidad donde el erotismo no tiene demasiada cabida; único objetivo, el orgasmo, repetido. Saciarse de sexo, pasarse los cuerpos como se pasa un paquete de papas fritas. El amor implica algo más, se vive como encierro. Acá la calidez no tiene lugar; se coge, se garcha, se toma lo que se desea y se lo consume, se controla a través del deseo.

El espectador es convidado con numerosos primeros planos, cual película porno. El director de cámaras decide, cada tanto, congelar la imagen que se proyecta sobre una pantalla al fondo de la escena. La cámara espía, sigue las acciones genitales, pero también aquello que los personajes eligen obviar (una mirada, un gesto), dejar que se pierda en el camino, porque prestar atención es un compromiso que pocos desean.

Ricardo y Sofía arriban. Ricardo es español (o se le ha pegado el acento), Sofía no. Algo hay en el pasado entre Ernesto y Ricardo, y entre Ricardo y Noralí. Es evidente que esta no es una noche cualquiera. Algo se ha puesto en juego, alguien no lo sabe, alguien sí. Ricardo está ahí porque quiere algo de Ernesto, pero ¿qué quiere éste de aquel?

Suerte de thriller erótico que asemeja por momentos el rodaje de una simple porno (hasta la musiquita que nos recibe es sugestiva). ¿Dónde queda el espectador? ¿Cuánto disfruta o se impresiona cada uno con la presencia de fellatios y penetraciones a gusto? Se le entregan esos cuerpos como si fuera carne, se sacrifican noche tras noche a los cuatro actores en beneficio del deleite de su voyeurismo. Detrás, una historia de venganzas, de códigos rotos.

Sade rompía las reglas sociales en pos del placer. El placer era, precisamente, producto de ese hecho de ruptura. Liberarse, liberar, dejarse llevar por el deseo. No había nada de místico en el sexo de Sade, pero tampoco de cínico o hipócrita. Cuerpos entregados al deseo, al exceso.

El sexo de “Pornodrama” es explícito, pero es puesta en escena al mismo tiempo. Es algo así como la evidencia extrema, paradójicamente, del artificio. En la película porno, media la pantalla, el tiempo (eso ya pasó, ya fue rodado, editado y corregido); acá es un “en vivo” permanente, productor, por esa misma razón, de fascinación. El espectador puede ver, se le ofrecen los primeros planos, y jamás los actores habrán de molestarlo, de insertarlo, de ofrecérsele a él/ella. ¿Cuántos de ellos ven la obra más allá del polvo? ¿Cuántos de ellos se pierden en la “posesión” de Sofía por Ernesto? ¿Cuántos se fascinan? ¿Cuántos se ofenden?

La obscenidad entendida como la visibilidad de todo, absolutamente vaciada de significado ulterior, de otro placer que no sea el de la posesión de múltiples cuerpos (el sexo entendido como poder y no como disfrute, como experiencia). El único momento en que dos de ellos conectan (o parecen hacerlo), las luces bajan, dejándolos en penumbra, para luego descubrirlos. Sus rostros denuncian la sorpresa, pero también cierta culpa, como si ese instante los hubiera mostrado débiles. Tetas, vergas, conchas, uñas para arañar, corsets para resaltar, ortos para agarrar bien; cuerpos-armadura que no sienten ni deben hacerlo. Se relacionan desde la transacción, no desde la interacción…

El tema del thriller, su resolución, no hace otra cosa que resumir todo esto otro. Todo se resume – y hasta el ojo de la cámara, retroactivamente, parece responder al dominador - a una relación de poder; quién lo tiene, quién no. Quien lo tiene, maneja la transacción…

Fuente: www.imaginacionatrapada.com.ar

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