jueves, 16 de septiembre de 2004

Chejov actual, con la mirada de Daniel Veronese

Un clásico que, con una dramaturgia renovada, no da respiro a los espectadores Foto: Rodrigo Néspolo

El hombre que se ahoga" , versión libre de "Las tres hermanas", de Antón Chejov. Autor y director: Daniel Veronese. Intérpretes: Claudio Tolcachir, Luciano Suardi, Osmar Núñez, Julieta Vallina, Pablo Messiez, Osvaldo Bonet, Marta Lubos, Stella Galazzi, Silvina Sabater, Elvira Onetto, Silvina Bosco, Adriana Ferrer. Diseño de luces: Gonzalo Córdova. Diseño escenográfico: Daniel Veronese. Asistente de dirección: Diego Curatella. En El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Funciones: viernes y sábados a las 23.45 y domingos, a las 16.

Una nueva y contemporánea mirada sobre el emblemático texto de Antón Chejov propone, en esta temporada, Daniel Veronese. La obra escrita en 1901 se mantiene en este espectáculo con algunos valores casi intactos (su estructura general, sus personajes, su tema), pero el dramaturgo y director realiza una relectura que, en un comienzo, desconcierta. Los personajes femeninos son interpretados por hombres y los masculinos, por mujeres. Ninguno de ellos modifica su conducta original en la recreación de los seres diseñados por Chejov. Por otro lado, la pieza se presenta sin los cortes que corresponden a cada uno de sus cuatro actos. La versión de Veronese da continuidad a la acción sin reparar en los tiempos que separan un acto del otro. Simplemente, los personajes siguen existiendo, viviendo y sufriendo en un hábitat del que desean escapar. Reparar en las horas, los días, los años, no tiene sentido.

En un comienzo, ver a Osmar Núñez (Olga), Luciano Suardi (Masha) y Claudio Tolcachir (Irina) diciendo los textos femeninos resulta desconcertante. Y la atención puede complejizarse más cuando aparecen Andrei, el hermano menor, interpretado por Julieta Vallina, y Natasha, recreada por Pablo Messiez. A poco de iniciado el trabajo, el espectador deberá optar por seguir los acontecimientos que van sucediéndose sin parar. En un momento, ya no importa la sexualidad de quien habla. Se imponen los discursos de esos seres, los mundos de los que provienen, sus relaciones a veces casi enfermizas y una profunda desazón que los recorre de comienzo a fin, sin una posibilidad de escape.

La casi totalidad de los hombres y las mujeres que conforman "Las tres hermanas" son individuos incalificables. Están tan atravesados por la falta de pasión, tan destruidos en sus ansias. Viven al margen de toda realidad, deseando ser felices pero imposibilitados de lograrlo. No hay nada en ellos que justifique sus existencias más que un etéreo deseo: ir a Moscú, pero no pueden moverse. La inacción domina todos los actos de estos seres y hasta cargan con una angustia que los destruye, pero ante la cual optan por replegarse. Extrañamente, ni siquiera el amor parece despertarlos de sus letargos. Inmersos en esas circunstancias hasta es imposible destacarlos por sus sexos. Los hombres -militares, intelectuales o científicos- son patéticamente pasivos. Ni siquiera son capaces de ejercer sus profesiones y muchos menos de reconocer en sus familias un ámbito de desarrollo. Por su parte, las mujeres simplemente esperan. Además, ¿cómo y para qué creer en esos hombres?

Todos hablan, se relacionan, sus sentimientos sí son reales y por eso a veces, enojados con ellos mismos, se irritan. Pero nada más. No hay modificación para esos mundos privados.

Ladrón de palabras

Daniel Veronese le roba las palabras a Chejov y las traslada al mundo actual. La conmoción que ellas provocan muestra otra devastación: la que enmarca nuestra realidad. Vershinin en algún momento del primer acto expone un deseo: los hombres, dentro de 200 o 300 años, tendrán una vida mejor. Si se repara en que la pieza fue escrita en 1901, el dolor es mucho. Y si, además, llegan a la cabeza de los espectadores las imágenes del último acto violento, provocadas por terroristas chechenos en Moscú, el impacto resultará más contundente. Desde entonces hasta ahora la degradación ha sido mucha y ya ni siquiera las esperanzas de un mundo mejor pueden fortalecer nuestras aspiraciones. La familia de estas tres hermanas, a comienzos de siglo pasado, no pudo generar en sus miembros menores, en su herencia, una decisión de vida. De ahí en más todo nos ha conducido a la deriva y pareciéramos mantener las mismas discusiones, los mismos ideales, las mismas aspiraciones que, lamentablemente, nos conducen a una inmovilidad impresionante.

Pero al director no le interesa que la angustia de esos personajes llegue a la platea. Entonces, muestra la ficción con total claridad. No hay vestuarios; no hay una iluminación que genere climas. Sólo una actuación de estados. Los actores, con la ropa que llegan de la calle, se introducen en el espacio escénico y juegan a ser los personajes de Chejov. Y a su manera lo son, pero no son sus conductas -siguiendo un crecimiento formal- las que emocionan. Son esas palabras cargadas de desventura y dichas, con una intensidad en la que prima el efecto. Es más, los intérpretes nunca salen del espacio, después de accionar y decir sus parlamentos, se sientan en butacas y se convierten en espectadores de sus compañeros y escuchan también.

Sobre una pared, un mapamundi permanece colgado y si se repara en él asomará, tal vez, una sensación: todas esas voces salen de allí -de todos esos pueblos y todas esas ciudades- y, ante tanta inmensidad, el reclamo por una vida mejor es infinito.

El grupo de actores demuestra una fuerte adhesión a esta propuesta de investigación. Cada uno sintetiza una personalidad, una necesidad y la expresa como puede, con la carga que conlleva y con una profunda convicción. Cada uno de estos intérpretes sabe jugar al teatro desde lo más íntimo y no tienen pudor en exponer sus sensibilidades en el exacto momento. El espectáculo no da respiro a la atención del público. Sólo hay que dejarse estar y permitir que la poesía de Antón Chejov toque las fibras más profundas de nuestra intimidad. Lo demás ayudará a definirlo la experiencia personal de cada uno.

Carlos Pacheco

Fuente: La Nación

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