miércoles, 20 de diciembre de 2000

Teatro y política

RICARDO GARCIA OLIVERI. De la Redacción de Clarín
No caben dudas de que Tato Pavlovsky es uno de nuestros hombres de teatro más personales y tenaces. Empezó a hacer teatro político en una época en que casi todos lo hacían. Pero él siguió en lo mismo.

En un sentido, toda obra es política; las suyas lo son. Y todas están embanderadas como las suyas, indudablemente, lo están. Lo que diferencia al teatro de Pavlovsky del que hacen quienes se proclaman apolíticos está bastante claro. Lo que lo diferencia del viejo teatro de barricada (hoy inexistente) o del de propaganda, que subsiste, es el valor estético y la universalidad del planteo.

Funda el grupo Yenesí en 1963. Con La cacería (1969) ya da que hablar al reunir a un burgués, un marxista y un cura guerrillero, amigos que se reencuentran. En La mueca, de 1971, propone un juicio a la alta burguesía y dos años más tarde consigue uno de los mayores impactos de toda su carrera: en el El señor Galíndez habla de la tortura (por primera vez en el país) y propone al torturador como un sujeto demasiado común y corriente.

En 1978, plena dictadura militar, estrena Telarañas, donde un muchacho se ahorca mientras el padre fascista gritaba "¡Aquí está la juven tud!"; la excusa era el fútbol, pero no pasó: fue puntualmente prohibida, colmó el vaso militar y Pavlovsky debió exiliarse. En 1983 estrena El señor Laforgue, donde describe un torturador científico, tipo Astiz. Seguirán a esa obra aciertos como Potestad, Rojos Globos Rojos y Poroto.

Convocado ocasionalmente por el cine, su laureado protagonista de La nube, el filme de Pino Solanas donde encarnó a un irreductible teatrista independiente, resultó un nuevo espejo para reflejar el mismo, necesario, rostro de siempre.


Fuente: Clarín

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