viernes, 28 de mayo de 2010

La obra de arte

Por Horacio González *
Imagen: Leandro Teys

Viernes, 28 de mayo de 2010

Una muestra de arte industrial, hecha de grupos electrógenos, grandes mangueras y tractores, recorrió las avenidas. Arte basado en el esfuerzo muscular y la coreografía aérea, que apela a un cuadrilátero de fuerzas: el agua, el aire, el fuego y el pavimento (la tierra). Novedad absoluta no era; ya habíamos visto a los grupos que lo antecedieron, pero el desfile de La Fuerza Bruta mostró un modelo narrativo que fusionó espacios abiertos urbanos y dramaturgia situacionista. Los cuadros tratados con contrapuntos entre la maquinaria y los cuerpos originaban un simulacro fabril con desenlace artístico.

No sólo era la estetización de la historia, sino la actuación de partes efectivas de la realidad que hacían trastabillar su sistema representativo. Camiones militares, autobombas, soldados actuales haciendo de soldados antiguos, y soldados reales haciendo de trabajadores del espectáculo. Y actores haciendo de ellos mismos y de los demás. Precisamente, el espectáculo luchaba por superarse a sí mismo y lograba puntos de lirismo con metáforas brutales. Fuego y Constitución Nacional, danza y fabricación de heladeras. Son alegorías hechas con materiales físicos y patafísicos. En todo el transcurso de las escenas privó el realismo pedagógico de calle, con destellos brechtianos y escenarios arquitectónicos geométricos en la redescubierta Diagonal Norte.

Heredero del circo, de la televisión y de la plaza medieval, este teatro posvanguradista vive de crear pequeñas miniaturas emotivas con utilerías de dimensiones portuarias e ingenierías de precisión. La tecnología se encuentra con el arte y la imaginación histórica. No todos los cuadros están enteramente logrados, pero los soldados de Malvinas, muertos-vivos desfilando, las Madres de la Plaza, sonámbulos circulares, y el ejército de los Andes, cuerpos que viven en el frío la sensación física de la guerra, son experiencias de simulacro artístico con contenido bélico y de contenido bélico con simulacros artísticos. Por momentos, no se sabe si un cable eléctrico, una manguera gigante o un ventilador descomunal son objetos artísticos o meros soportes de la exposición. La asociación absurda de objetos, como taxi-bandoneón, actúa como una juntura aleatoria que crea iconos de una cultura popular que pierde obviedad y transita la comicidad del absurdo.

Pero no es plaza de saltimbanquis, ni circo-teatro, ni televisión-verdad. Es la continuidad muscular de las grúas en los mecanismos de fuerza de los cuerpos. Hay peligro y seguridad. Simbología y maniobra eléctrica. El gas como arte y la danza como despliegue operario. El aire como artificio fabril y los actores como cortejos sangrientos. Espejos de una historia de esperanza y violencia. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción se tornan estructuras y superestructuras, que se alternan y confunden entre sí. Lo que vimos fue el otro yo, el complemento y la negación del desfile militar, con elementos del desfile militar. Su verdadera ejecución y crítica. Hecho por actores soldados y soldados actores, por nieves de aerosol y estruendos que hacen caer a extras de cine. Carnaval trágico, lo que ocurrió en la puesta en escena por el grupo Fuerza Bruta. Fue una gran experiencia verlos desde el cordón de la vereda, junto a los artistas Daniel Santoro y Walter Santa Ana, críticos leales que no ahorraban comentarios precisos y cáusticos elogios. Espectros de la historia argentina desfilando, arlequines del pasado que retornaban escénicamente sujetados por cables y arneses.

Este Bicentenario puso a la vista muchas cosas. La advertencia y la insinuación de nuevas vibraciones populares; las diferentes escalas del goce artístico tal como provienen de viejos arquetipos cerrados de todos los géneros musicales, desde Tchaicovsky hasta el Chaqueño Palavecino. También se puso en movimiento una mayor interrogación de las soluciones que ya había establecido el formato habitual de lo “popular” y el modo rutinario de lo “cultivado”. La ciudad pudo ser vista de otra manera, en una paralización lúdica de carácter autorreflexivo. Los funcionarios políticos se convertían en criaturas momentáneamente volátiles a la espera de recuperar lo que les toque en materia de autorías e iniciativas. Los espectadores se convertían en investigadores momentáneos de una fuerza colectiva a la espera de que fragüe su soterrado espíritu fundacional.

Todo esto trajo este mes de mayo en cuanto al capítulo siempre abierto del reagrupamiento novedoso e imaginativo de los lenguajes populares y el activismo artístico. La obra de arte colectivo que se representaba era la fuerza popular representando su propio pensamiento para buscar la forma más creativa de hacerlo efectivo en los pavimentos y arrabales de la historia.

* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-146535-2010-05-28.html

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