Por Ruth Mehl
Con el corte violento que el problema de la gripe A le produjo a todo tipo de concentración social durante el invierno, los proyectos de espectáculos planeados para los niños en su gran mayoría sufrieron, además de bastantes fracasos y desalientos, bajas, cambios de fechas y de salas, reducción de funciones. Fue prácticamente imposible abarcarlos y, por eso, es muy difícil tener un panorama integral de la temporada. Como en esos juegos infantiles de "toco y me voy", el teatro para niños se asomó, jugó un poco y se fue pronto. Esto ocurrió inclusive con las grandes producciones extranjeras, representantes de programas de la televisión, que pasaron fugazmente por algunos escenarios.
De todos modos, más allá de los resultados económicos o de las cifras de taquilla hubo señales interesantes y una búsqueda de nuevas propuestas.
En lo que respecta a la dramaturgia, varias producciones se originaron en fuentes poco frecuentadas hasta el momento. Al casi siempre presente material de María Elena Walsh (una excelente Doña Disparate y Bambuco ) se agregaron obras inspiradas en textos de Luis Pescetti ( Moc y Poc, Frin, Aguante Natacha ), o los personajes de dos tiras cómicas: de Liniers ( Una historia macanuda ) y de Nick ( El show de Gaturro ). Por su parte, los textos de Lewis Carroll aparecieron rescatados desde nuevas percepciones (la original Tres para el té, Alicia Rock, Alicia en el país de las maravillas ).
Entretanto, el público mayor de 10 años se encontró con una recreación bastante ajustada de lo que era el "teatro de papel", en una interesante versión de Galileo .
Al comienzo de la temporada, Hugo Midón y Carlos Gianni presentaron Playa Bonita , un musical realizado totalmente con egresados de su escuela. Y también en los primeros meses del año, Héctor Presa estrenó Bolsillitos , en el que las complicadas relaciones entre hermanas se miran desde cerca y con cariño.
La música se hizo presente con Mirlitón , de Los Musiqueros, en el Teatro Nacional Cervantes, mientras que Manifonías , en el mismo teatro combinó con los títeres un juego musical de humor.
Los títeres apuntaron alto con una nueva versión de Pinocho , de Libertablas, y con la reposición de El ruiseñor , de Eva Halac. Y en teatro negro, La Luna de Oriente , y Circo Focus Bogus , lograron captar a plateas de todas las edades, con estéticas totalmente diferentes.
El Museo del Títere, en San Telmo; y La Galera Encantada, en la calle Humboldt y en el Museo Larreta, sostuvieron podría decirse que heroicamente una programación continuada, con un resultado desigual en cuanto a concurrencia, pero con esa porfía de seguir estando para los niños. Algo similar ocurrió con el Museo Viajero, en el Parque Saavedra que, a pesar de todo, se animó a estrenar.
Aislados, solitarios, pero de todos modos desafiantes: Cuentos animados (unipersonal de un clown con ilustraciones dibujadas sobre la pantalla a medida que transcurre el relato, a cargo de Daniel Fiorentino), Galileo (en teatro de papel), y Cantata de Pedro y la guerra , (para adolescentes) buscaron algo nuevo, en técnicas, estéticas y contenidos. Casi no corresponde evaluar la temporada por su calidad o éxito. El sentimiento que deja este año tan especial, es que, al menos en Buenos Aires, el teatro para niños sigue siendo parte de la vida activa de la sociedad, casi una necesidad de chicos y grandes y también de los artistas que en el espectáculo infantil encuentran un terreno valioso para expresarse.
Fuente: La Nación
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