Damien Hirst, el artista vivo mejor cotizado del mundo, acaba de pegarse un tiro en la cabeza. La sangre chorrea de su sien y de su boca. Tiene puesta una remera con la imagen de la calavera cubierta con 8601 diamantes, titulada For the Love of God (Por el amor de Dios) y vendida por cien millones de dólares en agosto de 2007. ¿Por qué querría suicidarse este hombre, que el año pasado duplicó esa cifra en una subasta mientras Lehman Brothers arrastraba en su caída al resto del planeta? "Para que toda su obra tuviera más valor", explicó el madrileño Eugenio Merino al presentar en la feria ARCO ´09 la escultura 4 the Love of Go(l)d (Por amor al oro), que representa el suicidio de Hirst.
La obra simboliza además la muerte de la figura del artista, como explica Merino en un video realizado por El Cultural ( http://www.elcultural.es/videos/video/35/ARTE/ARCO_2009-Eugenio_Merino ). El artista que, en un último gesto impulsado por la ambición, elimina al galerista para intervenir en forma directa sobre el mercado del arte, convirtiéndose así en su propio dealer.
Si faltaba que muriera alguien más para alumbrar esta nueva era, tenía que ser el coleccionista. De eso se encargó el italiano Maurizio Cattelan en la 53a edición de la Bienal de Venecia, donde exhibió con impresionante realismo la figura de un hombre ahogado en la pileta de una casa en venta, instalación colectiva montada en el pabellón de Dinamarca y los países nórdicos ( www.danish-nordic-pavilions.com/_pag/project.html ). Porque el arte actual no tiene tabúes ni discrimina: cualquiera puede ser la próxima víctima.
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