domingo, 29 de noviembre de 2009

Vivir de amor

Concha Buika canta las mejores canciones de Chavela Vargas. Un encuentro virtual entre dos mujeres capaces de desgarrar el corazón con su voz y su presencia. Pero para la descendiente de guineanas –su árbol genealógico es un matriarcado, dice–, ese repertorio de amor y dolor es sólo una estrategia para desdramatizar: ¿De qué sirve morir de amor si siempre se resucita y se vuelve a morir después?

Por Maru Ludueña
Imagen: Juana Ghersa

Concha Buika está en la suite de un hotel porteño, en maratón de entrevistas. Presenta El último trago: regalo del cumpleaños número noventa de Chavela Vargas. Trece temas con repertorio de la mexicana, grabados por Buika y Chucho Valdés en once horas en los estudios Abdala, en Cuba. El listado de periodistas y fotógraf@s que esperamos para subir a la habitación de Buika es extenso. Tenemos fe. La historia de cómo esta mujer nacida en 1972 en Mallorca, descendiente de guineanos, llegó hasta acá –segunda visita a la Argentina– viene acompañada de algo más que grandes críticas y elogios a una voz libre como el flamenco, el jazz, la copla y la ranchera mexicana. Muchos piropos vienen de la comunidad cultural progre, como Pedro Almodóvar o Joaquín Sabina, seguidores de la primera hora, antes de que arrasara en Europa y América latina con Mi Niña Lola y Niña de Fuego, del sello discográfico de Limón, donde Buika es “una punta de lanza”.

Los archivos son generosos con ella. Incluyen anécdotas que otros preferirían olvidar. Buika ha contado que cuando Chavela la escuchó por primera vez la hizo callar. “Necesitas mucho todavía para cantarme”, le advirtió allá lejos la Vargas. A Buika tampoco le dan miedo las palabras. “Soy bisexual, trifásica y tridimensional”, le dijo al periodista Manuel Cuéllar de El País, al explicarle su tríada amorosa de aquel momento: “Un matrimonio a trío es lo más cómodo, coherente y emocionalmente divertido que he encontrado”.

Cuando llega el turno, Buika se adelanta y saluda. Sonríe. El vestido –hecho por su hermana– celebra su porte de diosa africana. Cabeza erguida, ojos de pantera, nariz oronda sobre boca ancha de idéntico color chocolate con leche del vestido. Manadas de trencitas van y vienen por el cráneo con forma de luna. Se disculpa con esa voz aguda, algo rasposa: “Soy vergonzosa para la foto”. Desliza: “¿No molesta si me fumo uno para relajarme”. Arma y cuenta. “No fue fácil: de ser una persona a la que nadie le quería dar un trabajo a verme en una gigantografía. Me fotografié desnuda para vencer el miedo a mi imagen.”

¿De qué trabajaste antes?

–En la barra de una discoteca, en un teléfono erótico, muy payaso y muy estúpido. En Mallorca éramos tres familias de africanos. Me presentaba en los trabajos, ni me dejaban hacer la prueba. ¿Sabes por qué hoy una mujer tiene bastante más preparación en muchas cosas que un hombre? Porque es la que lo tuvo más difícil. Eso te hace desarrollarte como un animal. La evolución viene tras la necesidad. Es extraño ser la única negra de la discoteca, del bar, de la biblioteca. Un poco freaky pero lo que he pasado, no conozco otra cosa.

¿Te dejaste de sentir rara?

–No es que lo dejara de sentir. Ahora me enorgullezco. La única Buika en la sala. De alguna manera todos nos sentimos bichos raros. Sabemos desde dónde hablamos pero no desde dónde nos escuchan. Y de repente saberte distinto ya no molesta. Al revés: da muy buen rollo.

Tiene en la base de la nuca un tatuaje: la inicial de su hijo Joel, de 10 años. Otro en el brazo izquierdo, nombres de nueve musas. Además de sus hermanas, ahí están madre, abuela y bisabuela, que huyeron de Guinea Ecuatorial a Mallorca. “Kitailo es mi abuela y el espíritu que me guía. Vengo de un matriarcado y veo un matriarcado fuerte en la Argentina. Sois el país más africano que existe. Esa relación espiritual que tenéis con las cosas es brutal. Buenos Aires es una acrópolis que tiene la civilización y lo salvaje, no se da en Europa. Aquí se nota, se palpita. El otro día desempolvé un disco de Mercedes Sosa. Desde su simpleza, ese rellenar el cielo de la boca con cada palabra, tiene una inteligencia natural, es muy Africa.”

¿Vas seguido?

–Estuve en Mozambique hace poco, en un teatro hermoso con dos mil personas. No había un negro. Si yo hubiera sido una cantante inglesa rubia maravillosa no me hubiera sentido tan mal. Me sentí tan extraña, prefiero no pisar el continente por un tiempo.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos con música?

–Mi música llegó antes que yo. El canto de mi madre y mi abuela. Cuando ella no se atrevía a decirle algo a mi madre se lo cantaba. Se ponía a tender la ropa y a cantar. Y estaba mi madre en la cocina, gritando: “¡Mirá qué me está diciendo!”.

¿Y tu padre?

–Mi padre no es. Se fue cuando yo tenía 9 años. No me caía bien. No pasa nada.

¿Lo volviste a ver?

–Yo no. Volvió después de 26 años, tocó la puerta de mi madre y dijo: tengo hambre. Mi madre flipaba. Ella tiene mucha fe. Imagínate: sacó a la familia adelante sólo con la fe. Limpiaba en casas y hoteles. Todos sus hijos estudiaron, somos buena gente.

¿Le abrió la puerta a tu padre?

–Le abrió, le puso un plato, le prestó un pijama de mi sobrino. Al día siguiente le dijo: “Ya está, chau”. Imagínate, la mujer ya casi con 70 años. Hace dos se apuntó a la universidad. Está haciendo la adaptación al estudio para mayores y seguirá Filosofía. Cree que no está bien que las mujeres hayamos perdido la capacidad de la fe, que a ella le ayudó tanto. Me decía: “Tú fumas porros, ok, se puede tener fe y fumar porros, no creo que sean cosas que vayan reñidas”. Ibamos a la iglesia los domingos. Era africana, le vendían todas las motos. Por mi casa han pasado mormones, cristianos, testigos de Jehová y de cualquier cosa. Escuchaba a todo dios. Mientras ella pudiera seguir en su ejercicio de la fe le daba igual con qué iglesia. Gran lección.

Buika señala un florero sobre la mesa, una rosa amarilla. Golpea con los dedos la madera.

–En el único arte que cree el africano es en el arte natural. El que hace que tú veas que esto es una maravilla. El sonido de un tambor. Nuestro canto es arte natural.

¿Cuándo sentiste que tu voz tenía algo especial?

–Nunca lo he sabido. Simplemente me empezaron a dar dinero. Mi tía cantaba en un hotel y yo trapicheaba en una barra de Mallorca. Mi tía le dijo a mi madre: “¿Una niña que cante para un grupo de blues?”. Mi madre dijo: “Conchi canta muy bien”. Y yo: “No sé cantar”. Que sí, que pin que pan y me dieron diez mil pelas. Luego el sinvergüenza del grupo me engañó: decía que a las cantantes las hacían pagar para que pudieran exponerse, por si había ojeadores que las contrataban para hacerlas famosas. Me dijo: “A ti te dejan cantar gratis porque cantas muy bien”. Yo encantada. Tenía 17 años.

¿Eras muy distinta?

–A los 17 todas somos modelos, cantantes, presentadoras, lo que nos pongan. Hay algo que me parece curioso. Aquí no sé si tenéis este problema: en España tenemos el tema de la violencia de género.

Sí lo tenemos, es grave.

–Cuando yo era niña, no recuerdo a una compañera riñendo porque un niño le pegase. Más bien lo contrario: que la bruta de la clase le había dado una hostia al pobre desgraciado y le había dejado hecho polvo. Pero nos obsesionamos con volvernos mujeres. Matamos a la niña que llevamos dentro. Queremos ser la mejor madre, la mejor hermana y estar guapísima, tener autoestima, ser divina. No se puede tanto. A veces creo que lo de ser mujer es otro invento del hombre. No seamos nada. Seamos lo que nos dé la gana. Estamos educando niños, no deberíamos caer en esas trampas. No sé de hembras de otra especie que no sepan darle de comer a sus hijos.

¿Cuál es tu punto débil en esas trampas?

–Intentar aprender de lo que hay delante, no del recuerdo. Para aprender hay que recordar cómo hacíamos las cosas cuando no teníamos miedo. Ya hicimos todo, fuimos libres. ¿No te acuerdas? Cuando éramos niñas. Recuerda cómo es. No es aprender ni volver, es recordar. Nos tienen engañadas con muchas cosas. Nos hicieron pensar que la soledad era un martirio. La soledad es la mayor de las libertades, el lugar donde uno se construye. Soy una diosa, soy divina, soy impresionante. La que no piense así lo lleva muy mal.

El primer tema del disco es “Soledad”.

–Sí. La llamé: “Ay Chavela, me siento muy solona”. La vieji me azotó: “Pues mija, respete la soledad, déle su rinconcito ahí, bien adorada”. Es un momento mágico. Es importante para nosotras, que tenemos mucho que construir, tía. El disco hace referencia a la soledad de otro perfil. Lo que hizo esta mujer, el maestro José Alfredo Jiménez y otros fue solemnizar el dolor. Yo he sufrido y sigo sufriendo, pero con la cabeza muy alta y unas ganas de vivir que me muero. El disco me ha ayudado a reabrir viejas heridas. He estado muy cómoda en mi papel de víctima. Hay que desdramatizar. Se sobrevive al desamor. Morir de amor no sirvió.

¿Y los hijos?

–Son tu corazón. Siempre están ahí. Mi hijo está con su padre en Madrid, estudiando. Con el padre nos separamos para seguir juntos toda la vida. Tenemos una estructura tribal. Vamos donde nuestros hijos estén bien. Quería que creciera en Mallorca, con la naturaleza. Luego me lo llevé a la capital, para prepararlo para un mundo duro. Su papá me siguió. Allá donde al niño le convenga ir ahí vamos. Hace poquito empecé a salir con una chica, un ángel, lindísima. Por eso: morir de amor no sirvió. Viene otro morir que te deja en brazos de un nuevo morir y conduce a otro morir que hoy te está matando.¤

Concha Buika presenta el 10 de diciembre en el Teatro Gran Rex su trabajo reciente: El último trago, una recopilación-homenaje, con las mejores canciones de Chavela Vargas. En el CD la acompaña Chucho Valdés.

Fuente: Página 12

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