"Ya no me derrocho tanto" Dice que, a partir de una crisis que tuvo el año pasado, ahora se valora más. Artista detrás de escena, tiene anécdotas con todos los grandes.
Por: Silvina Lamazares
Cuenta que en una tarea simple, rutinaria, tediosa y tan poco motivante como ver pasar el tiempo, él reconoce, sin embargo, que encontró una de las claves de la vida: "A los 16 años, laburaba en la editorial de música Ricordi y uno de mis trabajos era sacar del taco del calendario del despacho del director la hojita del día anterior. Y una mañana, saqué la del 16, no me acuerdo de qué mes, y en la del 17 leí una frase que decía 'Sólo soñando grandes cosas se prepara el alma para realizarlas'. Dije 'ésta es la mía'. Y desde entonces nunca dejé de soñar". Ahora, 47 años después, Lino Patalano recuerda aquella señal instalado en su amplia oficina, que tiene hogar con mayólicas, un mini living, un balcón con mesita, muebles con estilo, pero no hay tacos de papel. Hay, claro, ecos de una frase aprendida.
En el quinto piso del Maipo -su teatro- asoman un estante poblado de premios, un puñado de retratos junto a Astor Piazzolla, Niní Marshall, Liza Minnelli, Julio Bocca, una bolsa con fotos de sus café concert -fue dueño de La gallina embarazada y El gallo cojo-, de sus andanzas por el mundo, de sus años de pelo largo. "También tuve el pelo corto... Fijate en ésta, ¿no estoy medio Marlon Brando? Yo también fui flaco y joven", se ufana con gracia el empresario, productor y "artista. Yo me siento un artista, un generador de cosas. No soy, como dijo alguno por ahí, un fabricante de estrellas... Estrella se nace. Lo que sí sé hacer es dirigirle los focos".
Nacido en Gaeta, Italia, hace 63 años bajo el nombre de Pascual, a los 5 llegó a la Argentina, ya apodado Lino, para marquesinas, tarjetas y amigos. Atrás habían quedado sus juegos con los santos y los pastores del pesebre ("no había plata para juguetes") montando escenas, en los que encuentra las raíces del oficio. "Acá nos instalamos en Lanús Oeste y tenía un teatrito de títeres, pero quería ser marino. Y un día mi vieja me pidió que hiciera cualquier otra cosa, porque siete primos habían muerto en un mismo barco durante la guerra. Y desistí. A los 13, ya en Villa Ballester, en lugar de ir a dar el examen de ingreso al Comercial, me anoté en una carpintería que pedía 'aprendiz de carpintero'. Mi mamá se enteró de que no había ido nunca al colegio y se me armó un quilombo... tuve que anotarme en una nocturna. Y a los 16 entré a la editorial de música, que también tenía la representación de autores franceses, italianos y norteamericanos. Ahí te topabas con grandes figuras. Qué se yo, se abría la puerta y aparecía Vittorio Gassman o María Luz Regás".
La directora y escritora fue quien, de alguna manera, lo llevó de la mano, sin tomarlo siquiera, por el camino del arte. "Ella dirigía en el San Martín y me invitó a ver El rinoceronte, de Ionesco, y fui, pero pensá que yo venía de ver cosas como Canuto Cañete, conscripto del 7. Y quedé fascinado. Después me invitó a ver Becket y un día le dije 'Yo quiero trabajar con usted'. Y desde el '63 fui su secretario en el Regina y asistente de dirección de Luis Mottura, su marido", repasa el hombre que en 1970 abrió su primer café concert.
Emblema de la movida cultural de los '60 y '70 en las penumbras de sótanos, pero a la luz de las utopías, a los 36 años vivió su "primera crisis, porque luego de abrir el Bambalinas me fundí, me estafaron. Y pensé que ya no tenía nada que hacer. Ya había hecho cosas con (Antonio) Gasalla y (Carlos) Perciavalle, con Nacha Guevara... Me dejé ayudar y volví. Y el año pasado tuve otra crisis, de la que también me recuperé: nada me divertía y sentía que mi amor propio y mi orgullo habían sido cacheteados. Y a partir de eso empecé a valorarme más, a valorar los tiempos, a entender que no todo es exceso. Encontré el equilibrio y ya no me derrocho tanto. También tuve que vivir el funeral del entierro de la carrera de Julio Bocca como bailarín, entender algo así como que 'el nene me dejó los estudios'. Ahora estamos bárbaro, generando otro tipo de cosas. Y soy feliz, volví a ser ese nene que fui, caprichoso, quilombero, queriendo que todos la pasen bien". Sin por eso olvidarse de él.«
"En el '70, había un ciclo en el Regina cuyo lema era 'Los que están en el humo fuman 43/70 y toman Old Smugler' y ahí estaban (Astor) Piazzolla, los Zupay, Las voces blancas y Mercedes Sosa, pero ella no quería ir porque decía que era un teatro de oligarcas. Como asistente de la directora, tuve que ir a su casa a convencerla: le llevé un ramo de rosas y la esperé en el pallier porque me dijeron que dormía la siesta. Después de un rato la convencí, no me acuerdo cómo. Y debutó con dos cuadros de Berni, ambientación de Claudio Segovia y con un vestido negro descojonante y un poncho blanco. Mató. El público le gritaba 'comunista' y ella le decía 'reaccionarios'. A partir de ahí nos hicimos muy amigos".
Todo se consigue con paciencia y un poco de mala intención"
"La repetía (la directora) María Luz Regás y yo traté de ponerla en práctica... Lo de la mala intención quiere decir 'ponerle pimienta'".
Fuente: Clarín
Gran post, muchas gracias.
ResponderEliminarscholarships for moms