martes, 29 de septiembre de 2009

Al triste mariscal fugitivo de las fiestas

Roberto Themis Speroni

Hace 42 años fallecía el poeta citibelense, un día antes cumplir sus 45 años

Hubo una época en la que los escritores de la Capital Federal miraban con curiosidad y respeto lo que sucedía artísticamente en La Plata. Era para ellos, una ciudad con cierto misterio, cruzada por diagonales y dueña de una frondosa vegetación. Basta para ejemplo, la poco conocida aguafuerte que Roberto Arlt le dedicó a la urbe universitaria.

Fue a mediados de la década del '30, que apareció en la ciudad fundada por Dardo Rocha, una generación de poetas que alcanzó su esplendor una década más tarde. La mayoría de ellos nacidos entre los años 1916 y 1919, aunque a éstos se le va a sumar un grupo más joven nacido entre 1920 y 1927, entre los que estaba Roberto Themis Speroni. A los integrantes de la generación del '40 –como se la conoció– les tocó vivir en un momento histórico que nos les permitió influir sobre los acontecimientos, ya que sus obras aparecen temporalmente entre el golpe de Uriburu y la llegada del peronismo.

La voz más grave –física y poéticamente– fue la de Speroni. Voz que se apagó el 28 de septiembre de 1967, un día antes de cumplir 45 años.

Dueño de una gran lucidez, fue él quien mejor se definió como poeta y como hombre: "No he querido escapar de mi canto natural ni sujetarlo para conformidad de imbéciles y timoratos. Algún día, esta violenta voz que me acompaña hoy, tendrá su vigencia. Allí estará mi tiempo, el pago a esta monstruosa soledad que amo desesperadamente y que comparten los míos con temeroso respeto".

En su universo poético no hay lugar para aquellos que transitan la vida, sino sólo para quienes deciden vivirla (para los que persiguen forjar su propio camino –destino–) conscientes del paso del tiempo (tan inexorable, tan mortal, como redentor), y también hay espacio para la soledad (tan bella como inabarcable) que atrae, seduce y también (algunas veces) asusta. Soledad que también transmuta en muerte con la que establecemos la misma triádica relación.

Por eso, en caso de tener algún tipo de consistencia, la etiqueta de "romántico individualista de corte nietzscheano" con la que algún colega de su generación intentó enmarcarlo, de todos modos resultaría inútil para intentar catalogar la obra de Roberto Themis Speroni, que pareciera escapar a cualquier caracterización simple. Sus versos avanzan matizando una ironía rigurosa, con amargura, calidez, certezas e integridad. Sus palabras no son timoratas y si en alguna poesía necesitará ahorrar metáforas lo hará conocedor del poder de su pluma.

Varios fueron los temas que abordó en su poética, pero un puñado de ellos aparecen cíclicamente del mismo modo que transcurren sus versos, compartiendo puntos de partidas y de llegadas. La muerte (propia, vecina, familiar, próxima, latente), la tierra (el suelo, el campo, el barrio, el país), la casa (el hogar paterno, la infancia, los rincones, la familia edificada), el amor (de padre, hijo, esposo, amante, poeta, hombre), y la amistad (vínculo inalterable marcado a fuego en su piel por la fidelidad, la pertenencia y la lealtad).

De algún modo (como todo cuerpo destinado a trascender) eso fue Roberto Themis Speroni: un ser individual (cargando soledades) pero necesariamente colectivo (nunca renegó de los lazos heredados –familiares– ni de los adquiridos –los amigos–).

Además de su obra, el poeta citibelense legó una voz tan grave como adusta (que lejos de perderse flota retumbando por el universo), la firmeza de unas manos que al estrecharlas no eran indiferentes ni ajenas (tal como las manos de un labriego) y la rectitud de una persona inclaudicable.

Tan cotidiana es la muerte o, mejor dicho, tan presente está en lo cotidiano que el poeta con los días aumenta el conocimiento que tiene sobre ella, y redescubre su omnisciencia. "La muerte estaba en ella como en todo lo que el hombre visita. Aún la gloria lleva un trozo de muerte entre los dedos", dirá en el poema quince de Padre Final. Alcanzar la gloria permitiría o al menos supondría la realización de una meta o la concreción de lo anhelado que, en términos freudianos, sólo sería posible de alcanzar con la muerte misma.

Según entiende la poeta y crítica platense Ana Emilia Lahitte, en su completo y agotado Speroni. Poesía Completa –Ensayo y antología– (1982), el tema de la muerte fue su gran tema, "y el patetismo más acabado. La exacta descripción. En lugar de la duda, la certeza".

Otro de sus grandes temas fue la tierra, la Argentina o su City Bell. Es ese campo, el que también en varios versos entabla diálogo con la muerte y lo hace en primera o en tercera persona. Dirá en el poema cinco de Padre Final: "Un labrador ha muerto esta mañana/ de gorra humedecida, esta mañana/ que anduvo rebotando entre algarrobos,/ dándole cabezazos al otoño".

En el trabajador del campo no es difícil reconocer a ese Speroni feliz en la llanura, las manos duras que trabajan la tierra son las mismas que el poeta ofrece traslúcidas y estrecha ante una circunstancial presentación.

El poeta utilizó, formalmente hablando, el alejandrino, el verso libre, y además, como la mayoría de sus generacionales siente una especial predilección por el endecasílabo y por el soneto. Lahitte reseñó que él utilizó las formas libres para expresar su angustia existencial, mientras que descansará en la serenidad de los versos clásicos "para la grandeza de la pequeña vida".

Speroni murió el 28 de septiembre de 1967 y se lo puede definir a partir de una reseña autobiográfica que él mismo escribió: "Nació en La Plata, murió repetidas veces en cualquier lugar, no se arrodilló ante nadie, salvo ante el amor y la tragedia".

Fuente: Diagonales

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