lunes, 31 de agosto de 2009

Protagonistas de un sueño

Son chicos con desórdenes mentales que asisten a un hospital de día de nuestra ciudad. A través del cine, el videoclip, los cortometrajes, la actuación y el baile, una joven investigadora de la UNLP encontró una manera de motivarlos y mejorar su calidad de vida.

La estimulación artística en la infancia puede tener resultados muy favorables en la salud de los chicos. En la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), una joven investigadora de la Facultad de Bellas Artes encontró en el cine, el videoclip, los cortometrajes, la actuación y el baile, una manera de motivar a chicos con desórdenes mentales para mejorar su calidad de vida.

Jorgelina Quiroga es egresada en Artes Audiovisuales y tomó su experiencia como docente en un taller de un hospital de día de nuestra ciudad, donde se atienden niños, adolescentes y adultos jóvenes con distintos tipos de patologías, para llevar adelante su investigación. En ese lugar la asistencia a los menores es realizada por un equipo interdisciplinario integrado por psicólogos, psiquiatras, pediatras y psicopedagogos. También se ofrecen diferentes propuestas desde los lenguajes artísticos, cuyos resultados son analizados desde la clínica.

El estudio de Quiroga se enmarca en la beca de Formación Superior que obtuvo de la UNLP. Su propuesta de investigación fue el diseño de recursos didácticos para la práctica artística -en particular las artes audiovisuales- en dispositivos de clínica, que sirvan de herramienta para los profesionales de la salud y del arte que trabajan en esos ámbitos.

Vinculada a la beca, la investigadora hizo una maestría en Estética y Teoría de las Artes que tiene como tema de tesis “cómo se da la práctica artística en dispositivos de hospital de día en relación al taller de Artes Audiovisuales”. Para ello tomó cuatro casos reales que corresponden a chicos que asistían a sus clases: un niño autista, una nena de un hogar para menores con problemas de conducta, un chico con psicosis y una joven adulta con esquizofrenia.
“A mí me interesó trabajar la creatividad y el juego, porque creo que desde ambos se pueden atravesar todos los lenguajes”, explicó Jorgelina a Hoy.

El caso de Floricienta

Para contar su experiencia a este medio, de los cuatro casos la investigadora se refirió particularmente al de la nena que vivía en un instituto de menores. La chica, de 12 años, llegó al hospital de día por problemas de conducta. De su historia se sabe que la madre estaba presa por haber matado al padre. “En la primera entrevista que tuve con ella le mostré algunos trabajos de sus compañeros en la computadora, y no sólo no los miraba sino que además los descalificaba y se entretenía golpeándome el brazo e insultándome. Yo hice la vista gorda a eso y estuve atenta a lo que le gustaba. En la clase siguiente le propuse bailar con el programa de la computadora que al reproducir la música es como un caleidoscopio”, recordó Quiroga.

“La idea era ir siguiendo los movimientos que proponía la pantalla con pañuelos. Eso fue como encontrar un punto de inflexión en nuestra práctica, porque dejó la puteada de lado y puso su energía en estar atenta a lo que disparaba la pantalla y en bailar. Después armamos una coreografía y además le propuse hacer unas fotos. Ahí apareció algo muy interesante y es que ella se sentía bien frente a la cámara: jugaba y se disfrazaba. A partir de ahí se dio entre nosotras una relación de respeto y coordenadas para el trabajo”, contó la investigadora.
Tan es así que finalmente hicieron un videoclip donde la chica era la protagonista. “Estuvo hermoso. Ella pudo sostener el clip de principio a fin cantando una canción de Floricienta”, detalló la becaria.

En este caso se trató de un trabajo individual, pero en el taller la investigadora también apuntaba a las actividades grupales. “En general, son chicos que tienen mucha dificultad para vincularse sanamente con los demás. Entonces yo apuesto a la producción, a realizar cortometrajes, videoclips, animaciones y, al mismo tiempo, a trabajar como se hace en el cine. Es decir, en grupo y cada cual con su rol. El que no se anima a estar delante de la cámara puede estar en la producción y asistir a sus compañeros, como en vestuario o peinados”, explicó Jorgelina.

Y concluyó que su práctica tiene que ver con construir una modalidad de trabajo que después se adapte a las diferentes situaciones de los dispositivos clínicos.

Un motorcito para seguir adelante por los chicos

La experiencia de la investigadora de la UNLP, Jorgelina Quiroga (foto), en el taller de Arte Audiovisual en el hospital de día marcó especialmente su vida. “Despertó en mí como algo muy humano que es la cuestión de pensar que, desde mi disciplina, se puede aportar a que esos chicos tengan una mejor calidad de vida”, dijo a Hoy.

Añadió que “hay cosas que son irreversibles, patologías que están instaladas en la estructura de esos chicos y no van a cambiar. Pero a mí me moviliza mucho la idea de pensar que puedo aportar a esa mejoría”.

Según la joven becaria, que es dirigida por los profesores Mario Arreseygor y María Branda, el trabajo en el taller “exige de mucha energía y predisposición” por los problemas que tienen los chicos. “Pensar y apostar a que eso se puede transformar para mí es como el motorcito”, concluyó Quiroga.

Fuente: Hoy

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