sábado, 30 de mayo de 2009

Un mundo de hombres que pierde el rumbo

Las buenas interpretaciones no alcanzan en Ego

Ego (cuatro actores juegan o swimming-pool).
Nuestra opinión: regular

Dramaturgia y dirección: María Candelaria Sabagh. Supervisión artística: Daniel Veronese. Intérpretes: Armando Lazarte, Santiago Ferrería, Hernán Oviedo, Francisco Vocos, Luciana Di Tella. Entrenamiento corporal: Natividad Insúa. Diseño de escenografía: Andrés Rogers. Diseño de iluminación: Matías Sendón. Asistente de dirección: Martín Brunetti. En el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943). Sábados, a las 23. Duración: 75 minutos.

Cuatro jóvenes en torno de una mesa de pool. Un texto en la mano de uno de ellos da el puntapié inicial y, la pieza contenida en dicho texto, empieza a tomar forma. Cada uno de los muchachos propone un tránsito por una experiencia diferente. Es que, en verdad, parecen muy opuestos: sólo el juego de pool los une y algunos datos inherentes a la generación a la que pertenecen parecen contenerlos.

Sus diálogos son intensos y se van haciendo más felices a medida que la situación primera avanza. En la segunda la reiteración se impone. No hay muchos cambios que impulsen un progreso significativo en la trama, simplemente asoman pequeñas pistas de unas historias que comienzan a fortalecer los lazos entre ellos y algunas intrigas hacen más atractivas sus conductas.

En la tercera escena, los diálogos y acciones se reiteran una vez más y ya aparece un claro entramado de esa dramaturgia que no ha sido escrita, parece, para ser representada. Sino al contrario, las relaciones entre los personajes, sus encuentros y desencuentros y hasta el énfasis puesto en el mínimo y concentrado acto de golpear la bola sobre la mesa, habrá constituido un acto dramático en sí mismo, vital y potente, que hasta podría estar ausente en una escritura.

El drama se desvanece

Pero un quinto personaje llega, una mujer que cubre, a la vez varios roles: el de la autora ingresando a la trama y el de dos jóvenes que han sido citadas por los hombres en sus discursos. A partir de ahí un fuerte quiebre se produce en el espectáculo. El mundo masculino, que parecía a punto de estallar, no termina de definirse. Y una nueva historia va asomando, pero no llega a tener la fuerza suficiente para precipitar el conflicto. Tres finales completan la experiencia. El de la obra propiamente dicha, luego el cuarteto de hombres dispara algunas pequeñas reflexiones sobre lo creado y, la tercera, un puro juego que busca cierto contacto con la ensoñación.

En las tres primeras escenas el trabajo tiene brillo y los cuatro intérpretes, que van entrando de a poco en el juego, encontrando su lugar y hasta su propia intensidad, dan forma y hasta con cierta sutilezas a un humor muy estilizado, provocador y también reflexivo, a veces. Luego el espectáculo pierde su rumbo y el drama se desvanece y, el juego por el juego, hace que unos buenos logros interpretativos pierdan continuidad y sentido.

Carlos Pacheco

Fuente: La Nación

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