Quienes hayan buscado seriamente la personalidad creativa de Sartre en la representación de su obra "A puerta cerrada", ofrecida por el conjunto platense Ego Sum Qui Sum, en la sala B del Pasaje Dardo Rocha, adaptación y puesta en escena mediante una creación colectiva, no habrá podido hallarla por cuanto en cierto modo deliberadamente se la distorsionó en pos del propósito en boga de, se dice, actualizar a los autores, sin olvidar a los clásicos, o de adaptarlos a la sensibilidad contemporánea al menos en materia teatral. Esta ambiciosa empresa, desde luego opinable, no fue siquiera alcanzada en el caso que aquí nos ocupa ahora, ya que la versión convirtió a los elementos fundamentales de "A puerta cerrada" en una especie de farsa donde se va por instantes hasta en procura del humor, en un clima infernal tan poco propicio para él.
Pero si Sartre quedó desfigurado algo de rescatable hay en el trabajo total. Porque se ha ido en pos de la permanencia del mensaje, con una intención de síntesis, no justamente del argumento, sino del concepto esencial que el filósofo existencialista quiso transmitir, y del que algo quedó en medio del afán arrollador con que el Ego Sum Qui Sum se propuso mostrarnos su propia óptica de una obra que cala mucho más profundo que esta su reelaboración.
En un momento dijo Sartre aludiendo a los conceptos de su "A puerta cerrada": "Siempre se muere demasiado temprano o demasiado tarde... Sólo los actos deciden acerca de lo que se ha querido". Existe un sentido de irreversabilidad en estas palabras que condicen con el infierno horrorosamente monótono que, por los siglos de los siglos, habrán de compartir dos mujeres y un hombre, quienes, cada uno a su turno, confiesan las causas que los ha llevado al castigo eterno. Esta angustia de peremnidad indestructible es lo que sustenta en alguna medida, en la creación remodelada, el signo satreriano que se ha podido o querido preservar.
La interpretación, dentro de una puesta que no puede proporcionar muchas variantes, no tuvo -por cuanto se la enmarco en un estilo "macchietista"-, mayores posibilidades de expresión, pero fue buena en su índole.
Eduardo Atencio.
Fuente: El Día
Pero si Sartre quedó desfigurado algo de rescatable hay en el trabajo total. Porque se ha ido en pos de la permanencia del mensaje, con una intención de síntesis, no justamente del argumento, sino del concepto esencial que el filósofo existencialista quiso transmitir, y del que algo quedó en medio del afán arrollador con que el Ego Sum Qui Sum se propuso mostrarnos su propia óptica de una obra que cala mucho más profundo que esta su reelaboración.
En un momento dijo Sartre aludiendo a los conceptos de su "A puerta cerrada": "Siempre se muere demasiado temprano o demasiado tarde... Sólo los actos deciden acerca de lo que se ha querido". Existe un sentido de irreversabilidad en estas palabras que condicen con el infierno horrorosamente monótono que, por los siglos de los siglos, habrán de compartir dos mujeres y un hombre, quienes, cada uno a su turno, confiesan las causas que los ha llevado al castigo eterno. Esta angustia de peremnidad indestructible es lo que sustenta en alguna medida, en la creación remodelada, el signo satreriano que se ha podido o querido preservar.
La interpretación, dentro de una puesta que no puede proporcionar muchas variantes, no tuvo -por cuanto se la enmarco en un estilo "macchietista"-, mayores posibilidades de expresión, pero fue buena en su índole.
Eduardo Atencio.
Fuente: El Día
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