martes, 26 de mayo de 2009

Radiografía de una naturaleza abismal

“CONSERVO MI REVERENCIA POR EL MISTERIO”, dice Gené, que acaba de estrenar “Minetti”
en el rol de actor y que, hacia setiembre, dirigirá en el San Martín una pieza de Beckett.



A sus ochenta años, el actor, director y dramaturgo Juan Carlos Gené ofrece una interpretación visceral en una pieza de Thomas Bernhard. Figura sobresaliente de nuestra escena, asegura que el teatro es un arte vinculado a la muerte.

Por: Olga Cosentino

A sus 80 años, un gran hombre de la escena argentina elige actuar la vejez de un actor. Juan Carlos Gené está representando Minetti, del austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), acompañado por la actriz Maia Francia y dirigido por Carlos Ianni, en el teatro Celcit. A pocas semanas del estreno, compartió con Ñ su almuerzo y sus reflexiones, a la luz otoñal de un mediodía, en su departamento de San Telmo. "Desde hace tiempo conozco este texto, ante el cual siempre experimenté una empatía fluida, poco problemática y curiosamente iluminadora de lo que yo mismo no entiendo. Creo que es el instinto lo que me permitió acercarme a lo indescifrable que propone Bernhard. Si con la racionalidad se pretende aprehender el delirio, lo más probable es que el intento naufrague. Hay que entrar en ese delirio para encontrarle algún sentido."

El título de la obra alude a Bernhard Minetti (1905-1998), un talentoso actor, también austríaco, en quien el autor se inspiró para escribir despiadadamente sobre el extravío, el narcisismo y la sabiduría de un artista en la antesala de la muerte. La anécdota, sin duda apócrifa, expone al anciano comediante –que detesta los clásicos y desprecia al público– a la espera terminal e infructuosa del director que acaso lo contrate para hacer al Rey Lear. Una atmósfera agónica evoca al Beckett de Esperando a Godot o al Thomas Mann de Muerte en Venecia. El verdadero Minetti fue intérprete de esa versión ficcional de sí mismo, en el estreno de la pieza, en 1976. Y la cadena de asociaciones y paradojas podría continuar si, por ejemplo, se pretende que en la identidad entre el apellido del autor y el nombre de pila del protagonista (Bernhard) hay algo más que una casualidad. O si se le pregunta a Gené por sus personales coincidencias y discrepancias con el pensamiento del personaje y/o del autor que por estos días interpreta –a juicio de esta cronista– con un virtuosismo radical y definitivo. "Debo decir que algunas afirmaciones de mi personaje son absolutamente indescifrables.

Y otras están en total contradicción con lo que pienso. Pero es mi personaje quien sabe; el que no sabe soy yo", asegura. Cuesta aceptar que no sabe quien, en magistral composición, logra habitar a su personaje como si se tratara de su hermano, de alguien tan íntimamente conocido como para vestir con naturalidad doméstica su ligeramente estrafalario atuendo negro, su gastado, señorial y decimonónico abrigo con cuello de astracán, su sombrero de romántica ala y hasta el patético calzoncillo largo que se obstina en dejar a la vista el cordón, que asoma una y otra vez debajo de la botamanga del pantalón, desnudando la torpeza senil de quien no consigue anudarlo correctamente. Gené comunica a su criatura no sólo los gestos, las reiteraciones, los balbuceos y los olvidos de Minetti; hay un soplo vital del actor hacia el personaje, que invita a pensar en una complicidad tan genuina como secreta.

Por lo pronto, ambos son dos veteranos y gloriosos artistas para quienes Rey Lear condensa inabarcables significados. En su doble carácter de dramaturgo y actor, Gené también persiguió el fantasma de Lear en su recordada obra El sueño y la vigilia, que en 2000 interpretó y dirigió junto a Verónica Oddó. Allí también, como en Minetti, se habla del oficio del comediante, de la decadencia, de la vocación del arte por vencer a la muerte y del fracaso (¿inexorable?) de ese intento. La infancia, la adolescencia o la edad adulta, suelen ser pensadas por quienes ya las transitaron. Sobre la vejez y los tramos finales de la existencia reflexionan, mayoritariamente, quienes todavía no han experimentado esas vivencias. El autor de El herrero y el diablo o de Cosa juzgada tiene, sin embargo, la ocasión biológica de decir y actuar sobre un asunto que conoce desde adentro. Aunque se declara perplejo: "Sé desde hace tiempo que transito la plena vejez, pero nunca advertí cuándo atravesé esa frontera, cuál fue el límite. No lo sé. Y no me parece que tenga sentido planteármelo". No obstante, admite estar en paz. "La vida no tiene deudas conmigo. Aunque siempre he tomado la precaución, en forma consciente al menos, de no pedir demasiado. El proceso biológico es implacable y rebelarse lleva a la indignidad y al ridículo".

Thomas Bernhard, que murió a los 58 años, sobrellevó siempre una salud precaria y cultivó una visceral rebeldía ante la vulnerabilidad de la condición humana. "Aunque lejos de caer en el ridículo –diferencia Gené–, lo que el autor de La fuerza de la costumbre o Heldenplatz hizo fue comprometer su cuerpo y su inteligencia en la búsqueda, a sabiendas infructuosa, de algún sentido para las injurias del destino y de la naturaleza. Un asunto que ocupó también a Samuel Beckett, quien en cambio, consideró siempre inútil cualquier rebeldía".

La misma cuestión en dos autores que casualmente (o no tanto) coinciden en la agenda 2009 de Juan Carlos Gené. "En enero inauguré un cuadernito de notas y escribí en el encabezamiento '2009, año S. B.' Pensaba en Samuel Beckett, de quien ya tenía previsto dirigir La última cinta magnética, en setiembre, en el San Martín, con Walter Santa Ana. Pero no imaginaba que antes de eso iba a estrenar Minetti, una obra que hacía tiempo quería hacer".

- La asociación temática entre ambas obras y autores, ¿le sirvió para que se iluminaran recíprocamente?

- De hecho, en Minetti nos hemos permitido, con Carlos (Ianni), la libertad de asociarlos en una frase original de Bernhard en la que se dice: "Entra un inválido con muletas que pide su llave". Nosotros agregamos: "Signifique quien pueda", que es una frase de Beckett, a quien nombramos a continuación como autor de la misma. Me resulta muy interesante nadar entre dos aguas tan semejantes y tan distintas.

Al contrario de lo que podría suponerse, Gené asegura que precisamente por estar recorriendo ya su año 81, Minetti le resultó una fuente de energía. "Hacía tiempo que veníamos postergando con Ianni este proyecto, por distintas razones. Y esta temporada tampoco lo íbamos a hacer porque ya estaba programada en el Celcit la reposición de las dos primeras obras de mi trilogía Factor H. Pero como varios integrantes del elenco fueron convocados por el San Martín debimos reprogramar todo para julio. Fue la ocasión de retomar Minetti".

Otro aspecto de la obra de Bernhard que Gené ha tratado en textos propios como Ulf o la mencionada El sueño y la vigilia es el intento de forzar la ficción teatral hasta que aparezca lo real. Un recurso shakespeareano por excelencia, que apela al teatro dentro del teatro o a resignificar la locura como camino alternativo hacia la verdad. En este punto, el entrevistado refiere que "si un personaje de ficción no está más o menos loco, no es personaje". "Por oposición, la cultura judeocristiana le atribuyó una cualidad demoníaca. Las criaturas que pierden el sentido de la comunicación cotidiana entran a comunicarse con un sentido de lucidez distinto. La famosa locura de Hamlet es un caso incontrastable."

El mismo pensamiento lateral permite a Gené internarse sin prejuicios en las aparentes contradicciones entre su criterio personal y las concepciones de los autores, con las que no necesariamente acuerda. "Es que Bernhard me conmueve por la desgarrada valentía y el compromiso con sus ideas. Y por su concepción del teatro como un arte vinculado a la muerte, a lo intolerable, a lo que perturba y desestructura al espectador. En cuanto a Beckett, quien descalificaba por religioso todo intento de querer darle sentido a algo, es alguien para quien el misterio de la vida no tiene grandeza; es algo ridículo y humillante. Yo conservo mi reverencia por el misterio. Cada día se me revela lo abismal de la naturaleza en términos elocuentes, descomunales. Pero justamente en medio de tal magnificencia, es imposible atribuirle cualidad ni sentido alguno a nuestra insignificancia".

Fuente: Revista Ñ

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