El creador del grupo Odin y del concepto de “antropología teatral” pasó por Buenos Aires antes de volver a su hogar danés.
Patricio Barton
Eugenio Barba elige el sol. El destacado investigador y director teatral italiano dialoga con Crítica de la Argentina dos horas antes de recibir un título doctor honoris causa del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Sólo pide que la entrevista transcurra bajo el rayo del sol porteño. En Holstebro, la pequeña localidad danesa donde está radicado el grupo Odin Teatret que dirige desde 1964, abundan los días grises. Ahora Buenos Aires lo recibe con una mañana soleada espectacular. Sin embargo, para Barba es cada vez más difícil encontrar algo que no reciba ese calificativo. “Todo tiende a ser espectacular. Hay una necesidad de espectacularizar todas las actividades de la sociedad: la política, la religión, el deporte, los shoppings: es como si la teatralización fuera un intento de dilatar, a veces estirando y otras contrayendo, la normalidad. La necesidad de espectacularidad es ancestral. El ser humano es un animal que lleva el teatro adentro.”
–¿Por qué una persona decide ver teatro?
–Tanto los jóvenes que empiezan a hacer teatro como el público están huyendo de algo. Y el teatro del siglo XX dio muchas posibilidades a esa búsqueda. Hay un deseo de salir de la realidad en la que se vive, y hasta ahí eso es un pasatiempo. Pero el teatro no es sólo liberador de angustia, también puede despertar una resonancia interior que en la civilización de hoy es una experiencia tan rara como profunda, porque no hay muchas posibilidades de intimidad o vida espiritual. Parece una renuncia a la vida cotidiana y sin embargo es una búsqueda de algo más perfecto.
–Así como los actores se entrenan para el espectáculo teatral, ¿es posible pensar en un entrenamiento del espectador?
–Creo que sí. Se puede entrenar la capacidad de ver diferentes maneras de contar una historia. El teatro siempre es contar historias, aunque uno no se lo proponga. Basta con ver Esperando a Godot, donde parece que no hay historia y que todo es espera, y sin embargo esa espera es una historia en un sentido no clásico. Chéjov comenzó con esa manera de escribir y provocó una revolución en el teatro occidental. El espectador teatral se entrena viendo diferentes maneras de una misma cosa.
–¿Y qué son esas “mismas cosas” que comparten los diferentes estilos teatrales?
–Son los principios comunes que yo he estudiado con la antropología teatral: transformar el peso en energía, crear una modalidad de movimientos, son algunos de los ítems que están presentes tanto en la danza clásica como en el mimo, en el teatro kabuki o el estilo de representación que sea.
–¿Distintas máscaras con principios compartidos?
–Exacto. Está muy instalada en Occidente la idea de que se conoce al ser humano cuando se va desprendiendo de sus máscaras. Creo que es al revés: yo conozco al ser humano gracias a sus máscaras.
–Sin embargo, ante una buena actuación el público suele decir “¡qué natural!”, casi como negando la presencia de alguna máscara.
–Ése es el máximo elogio que puede recibir un artista, porque quiere decir que ha sabido esconder todo el artificio. La experiencia artística siempre rompe con lo natural pero tiene el aspecto de lo natural.
ÚLTIMO ACTO. “El Odin va a desaparecer cuando nosotros muramos. Ése es un acuerdo que tenemos”, anuncia escuetamente Barba. “El teatro de grupo no es una institución hecha de ladrillos, sino que es algo que está incorporado en determinados seres humanos, que juntan sus individualidades para crear algo que no les pertenece ni a unos ni a otros, que va más allá. El teatro de grupo intenta negar la naturaleza propia del teatro, que es no durar mucho. Fue Stanislavsky quien comenzó a pensar que la continuidad de un vínculo podía favorecer los procesos de trabajo y de creación. La mayoría de los integrantes del Odin somos actores grandes, de más de sesenta años y sabemos que ya estamos en el quinto acto de la farsa.”
Que el teatro siempre es extracotidiano es un mantra que Barba repite desde hace años. El creador del concepto de “antropología teatral” y discípulo directo de Grotowski ve teatralidad por donde vaya, incluso en situaciones no artísticas. “Cuando voy de viaje, apenas subo al avión, veo a las azafatas haciendo una especie de señas universales para marcar las salidas de emergencia. También en los desfiles de moda. Para mí las modelos son la mejores actrices porque ellas no exhiben sus sentimientos, ni sus dotes de interpretación, ni su valor creativo, sino que intentan hacer expresar a los vestidos. Es muy interesante escucharlas hablar acerca de cómo varían el ritmo para hacer vivir lo que llevan puesto, de qué manera giran y frenan para mostrar las cualidades de la tela. Todas son formas de teatralidad, el uso de uniformes también hace cambiar la actitud de las personas: no se comporta igual un gendarme con su casco, su escudo y sus botas, que cuando está en su casa en calzoncillos”, dice Barba ya transpirado por el calor del sol. El acto de entrega del título académico del IUNA lo está esperando. Por eso, avanza unos pasos y, ya bajo el reparo de la sombra, gira sobre sus sandalias y se despide: “Ahora me voy a poner el traje de doctorcito”.
Fuente: Critica
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