lunes, 25 de agosto de 2008

Cuando la vida es una coreografía absurda

Por IRENE BIANCHI

Un hombre-mujer-pez-pájaro ondula al compás del sonido de las olas. Nada, vuela, danza, salta, dibujando historias con su cuerpo, o más bien, contando su propia historia. Interactúa con una muñeca semidesnuda, como él. El fue, o quiso ser, esa niña hipnotizada por el mar, que la invitó a adentrarse y transmutarse en sirena. La mirada de sus padres la detuvo. Optó por volver, y hoy, desde su adultez, parece lamentar esa decisión. En el recuerdo, evoca una y otra vez esa "sirena que no fui". Vuelve al mar, ese gran "generador de preguntas"; al oleaje con su "vaivén de ser o no ser". Relee el "registro escrito en su cuerpo", recupera el imaginario de su infancia.

Lo visual de esta propuesta de Jazmín García Sathicq, impacta mucho más que su texto. La propuesta convoca a todos los sentidos, tanto del intérprete como de los espectadores. El océano está ahí: su sonido, su temperatura, su gusto a sal, la textura de la arena, su insondable y misteriosa profundidad.

La primera parte del espectáculo, en la que el protagonista sólo danza, está más preñada de significado que cuando irrumpe la palabra. El actor se mueve más a sus anchas con su cuerpo que con su voz. Tiene un claro problema de dicción: su seseo distrae y resta intensidad a los parlamentos. En cambio, cuando la palabra cede paso al movimiento, a las acciones, el mensaje habla por sí mismo.

El planteo existencialista de la pieza suena un tanto artificioso, pretencioso, marcadamente abstracto, en contraste con una puesta que remite a lo concreto. Así como hay un desfasaje entre la maestría corporal del intérprete y su labor actoral, el mismo desnivel se da entre el texto y su puesta en escena, cuya ambientación, iluminación y musicalización resultan ingeniosas y logradas.

Fuente: Diario El Día

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