miércoles, 14 de mayo de 2008

“Hay que cuestionar la percepción”

TEATRO › RAFAEL SPREGELBURD HABLA DE LA MONUMENTAL PUESTA DE LA PARANOIA

La pieza que presenta en el reinaugurado Cine Teatro 25 de Mayo hace uso de recursos teatrales y cinematográficos para contar una historia compleja e imaginativa. “Cada vez más, mis obras son desmesuradas para el medio local”, admite.

Por Carolina Prieto

Una comedia disparatada de ciencia ficción ambientada en Piriápolis, una telenovela bizarra proyectada en una pantalla, una apertura y final con aires nipones, una indagación sobre la ficción. Todo esto y más es La paranoia, nueva obra de Rafael Spregelburd que integra la serie inspirada en el cuadro La rueda de los pecados capitales, del Bosco. Un espectáculo de casi tres horas que hasta incluye una película y que acaba de estrenarse tras un derrotero de tres años. La pieza iba a debutar en 2006 en el Cervantes, pero los conflictos de esa sala oficial lo impidieron; se mostró como work in progress en la edición pasada del FIBA y, en enero, aterrizó en la capital mexicana. Recién llegado de Alemania (donde se está por estrenar La terquedad), el autor, director e intérprete está contento con el ansiado debut porteño, a pesar de ciertos desajustes, en el flamante Cine Teatro 25 de Mayo, de Villa Urquiza (Triunvirato 4444, sábados a las 20 y domingos a las 19). “Desde 2005 venimos ensayando y escribiendo. Hubo muchos cambios, pero finalmente podemos hacerla en este espacio, que se ajusta a los requerimientos. Hay cuestiones por mejorar, pero acá estamos”, cuenta el artista que pergeñó, junto al grupo El Patrón Vázquez, una obra colosal marcada por un fuerte trabajo sobre el lenguaje, una multiplicidad de relatos que encastran como un rompecabezas, y mucha ironía.


La trama transcurre en un futuro en el que un grupo de elite formado por una escritora (Andrea Garrote), un matemático (Spregelburd) y un astronauta (Pablo Ruiz) se reúne en Piriápolis convocados por un organismo militar. El desborde imaginativo y el disparate dominan la puesta: los personajes hablan en femenino, utilizan extraños sistemas de medición, y un vocero del gobierno les ordena producir una ficción para satisfacer a “las inteligencias” que dominan el cosmos, garantizando así la paz mundial. Si los humanos son la única especie capaz de inventar historias, deberán hacerlo mediante un mecanismo insólito que, a pesar de su ridiculez, se parece bastante a ciertas formas de la creación mediática actual. El resultado es una suerte de telenovela con acento venezolano, poblada de personajes kitsch: un detective bulímico, travestis, una miss Venezuela y hasta Chávez. El espectáculo cruza ambos relatos (el actuado y el proyectado), potenciando el desborde en el que asoman distintos tipos de paranoias. La del trío que desconoce para qué fue citado y recibe reglas poco claras o incompatibles; la de una alienígena que se inventa una historia sobre la infidelidad de su marido y la sufre; y otra mayor, “la idea de que en la ficción todos somos paranoicos y que hasta la primera condición de la literatura es la paranoia”, sostiene el autor.

Hace falta estar muy atento para seguir las historias, los cambios, los niveles de realidad durante tres horas. ¿Desmesura teatral? Spregelburd no lo niega y apuesta a movilizar al espectador. “Cada vez más, mis obras son desmesuradas para el medio local. Pero no quiero renunciar a hacer lo que quiero, jamás tener que reducir mi capacidad de imaginación”, apunta.

–El rol de la ficción es crucial. ¿Cómo la concibe usted?

–Creo que no se trata de trabajar para agradar, para eso están los diseñadores. Una buena ficción tiene que cuestionar la percepción del espectador, el sentido común, sus modos habituales de comprender la realidad. Si para ello hay que hacer obras más complejas, adelante. Hay que poner en ridículo la realidad, mostrarla como una construcción de los poderosos, como una posibilidad entre otras.

Su afición por el cine de David Lynch es muy fuerte. “Con sus películas tengo la sensación de que mi cerebro se expande, porque excede esas categorías que reducen la experiencia a una o dos explicaciones. Ese mismo cerebro es el que uno usa después para comprender otro tipo de cuestiones. En ese sentido, el cine de Lynch puede ser político, no porque toque temas que lo sean, sino porque complejiza los mecanismos de la mirada”, asegura.

–El cruce de relatos no es novedad. Sin embargo, esta vez recurre al video, que le da una nueva forma a esta modalidad narrativa.

–Hace mucho que estoy fascinado con el cine y tenía ganas de trabajar con lenguajes diferentes, poder articular las historias de otra manera. Por otro lado, hacer toda la parte filmada en vivo hubiera sido imposible, no tendría los recursos. Cecilia Hecht, ex directora del Canal Ciudad Abierta, brindó todo el equipo técnico, que fue fundamental, sumado a la plata para la producción que nos dio el FIBA. Además, este año me di el gusto de hacer mi primer protagónico en cine, en la comedia romántica La ronda, ópera prima de Inés Braun. Mi personaje es genial: un pintor de brocha gorda al que, por un equívoco del que no es consciente, lo confunden con un pintor de caballete y se embarca en situaciones tremendas. Me encantó que me dirigiera otra persona. Es una película muy divertida, basada en el clásico homónimo de Schnitzler.


Cuando termine la temporada porteña, La paranoia girará por España y Francia. La producción de Spregelburd tiene difusión notable en Europa desde que desembarcó en Alemania, donde sus textos integran el repertorio de salas oficiales y desde allí se extienden a otros países. La estupidez es un éxito en el Théatre du Chaillot, con dirección del argentino radicado en Francia Marcial di Fonzo Bo. La terquedad, “una obra muy triste ambientada en la guerra civil española, que cierra la heptalogía”, pronto se estrena en Frankfurt, y El pánico también está por pisar suelo europeo. Hay más: Rafael está escribiendo por encargo de un teatro berlinés una obra de teatro y una radial. “Puedo sostener mis producciones en Buenos Aires con la proyección internacional de mis obras. Y no me quejo. Son una gran escuela las resonancias que tienen los textos en los directores extranjeros y en los distintos públicos”, concluye.

Fuente: Página 12

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