sábado, 14 de julio de 2007

Mucho más que bellas voces

A centímetros del público, los actores se confiesan


Ya no más , basado en textos de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Alejandro Tantanian, Marina Tsvietáieva y Nicolás Vilela. Dirección: Alejandro Tantanian. Con Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez. Vestuario y escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Marco Pastorino. Musicalización: Tantanian. Diseño gráfico: Gonzalo Martínez. Coreografía: Silvina Duna. Sábados, a las 20.30, en Espacio Callejón, Humahuaca 3759.

Nuestra opinión: buena

Dos años atrás, una nueva camada de actores que se recibía en el IUNA debutaba en la escena alternativa con La balsa de la medusa , trabajo con puesta de Emilio García Wehbi, en el cual tenían el duro oficio de maltratar al público en función de determinada propuesta. Luego de dicha experiencia, ese mismo grupo convocó a Alejandro Tantanian para que los dirigiera en una nueva propuesta. Después de meses de trabajo, el resultado de ese proceso es Ya no más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva . Por el tono que maneja la obra, por la complicidad que entabla con el público y por la amplia paleta que manejan los actores, este nuevo emprendimiento está casi en las antípodas de aquel cuestionable trabajo iniciático.

En el completo blog dedicado a la obra (http://rusos.blogspot.com) se lee: "La biografía de la poeta Marina Tsvietáieva (1892-1941) es una historia de guerra, de vida atravesada y marcada por la guerra. Vivió la Revolución Rusa y, por lo tanto, el hambre y el frío que vinieron con ella se llevaron tempranamente a su hija menor. Luego, su marido fue enviado a luchar y fue fusilado, su familia perseguida, su otra hija recluida en un campo de concentración. Ella escapó con el único hijo que le quedó con vida y poco después se suicidó".

Con palabras de la misma Tsvietáieva y voces ajenas, Alejandro Tantanian propone un inteligente juego de pinceladas sin tiempos muertos. En ese contexto, los seis actores (Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez) se convierten en herramientas fundantes de esta propuesta del director de Los mansos . Ellos son los soportes, las voces y los cuerpos de esos palabras cargadas de dolor, de melancolía y de una tristeza que pega en el pecho.

Claro que, sabiamente, Tantanian quiebra ese tono con constantes rupturas. Conforme a esa consigna, si el montaje comienza como si fuera una película musical de los cincuenta, luego salta a un desgarrador tema que cantaba Olga Guillot o al trío de actores que interpretan "Cartas amarillas", otra canción al borde de lo bizarro que cantaba Nino Bravo cuando intentaba detener su juventud. Y luego (o antes, poco importa ya) los actores se sientan a centímetros del público para mostrarles los objetos de la infancia como en una especie de pequeño biodrama coral.

A medida que transcurre el espectáculo, Y nada más va agregando simples elementos que hacen al cuerpo central de este atractivo trabajo. Nada más que eso: chispas, gestos y pequeñas delikatessen sobre ese mantel compuesto por la vida y la poética de Marina Tsvietáieva junto a las voces de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Nicolás Vilela y del mismo Tantanian. Así se suceden imágenes de la Revolución Rusa, el dolor, los poemas, el hambre, el amor, las cartas, la desazón... Y todo se complementa: las voces, el trabajo de los actores, la iluminación de Jorge Pastorino, la coreografía de Silvina Duna y la escenografía y vestuario de Oria Puppo.

El trabajo de los ocho actores es muy sólido y completo. De todos modos, algunos hacen un uso abusivo de lo dramático en un subrayado poco coherente con los cambios de aire que propone la puesta de Tantanian. En ese sentido, el trabajo de Gerardo Otero es uno de los más precisos.

Hay otro punto cuestionable (inexplicable, por cierto): da la sensación de que esos poemas y ese fino entramado se escucharía mejor los domingo por la tarde. Pero, claro, eso es pura subjetividad. Lo cierto es que va los sábados y vale la pena no perdérselo. No más que eso.

Alejandro Cruz

Fuente: La Nación

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