sábado, 21 de abril de 2007

Julieta Vallina, la protagonista de la obra, sigue sorprendiendo

Una noche en el museo, con Vallina

Bálsamo . De: Maite Aranzábal. Dirección: Ana Alvarado. Intérpretes: Julieta Vallina, Guillermo Arengo y Román Lamas. Coreografía: Leticia Mazur. Escenografía: Carolina Ruy. Vestuario: Roxana Barcena. Iluminación: Ricardo Sica. Música: Cecilia Candia. Teatro del Pueblo, Roque Sáenz Peña 943. Viernes, a las 23.15. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy bueno

A un museo olvidado en un solitario pueblo del sur del país llega Verónica para intentar curar su alma, herida de, precisamente, olvido y soledad. Como directora de museos que es, se apropia de ese espacio muerto, desolado, cubierto de un polvo perenne, que ninguna limpieza podría hacer frente. Allí encuentra su mundo, uno que reinventa para conjurar el dolor. Así, cada objeto exhibido, cada animal embalsamado, cobra vida para esta mujer que da rienda suelta a un delirio raro, colorido, sonoro.

El frío, el viento eterno se apoderan del lugar y se vuelve comprensible que Verónica se refugie en las vitrinas, en los números de series de las tarjetas de identificación, en el lenguaje de animales, en el sonido del aire que burla las rendijas, en los cuerpos embalsamados de los dos únicos hombres, pareciera, en cientos de kilómetros a la redonda. Todo toma vida y la mujer también, pero se trata de una vitalidad quebrada, devastada.

Los colores de una actriz

Julieta Vallina se mete en la piel de esta mujer con tanto convencimiento que emociona. Se apodera de su locura y la explota hasta hacerla brillar con cosas que no brillan. La actriz saca a relucir herramientas impensadas que sorprenden cada vez. Vallina hace pasear a su personaje por zonas de gran sutileza, de mucha emocionalidad, pero también de fuerte y contagiosa energía.

Pero no está sola, son fundamentales como compañeros de escena tanto Román Lamas, como Guillermo Arengo, quienes interpretan a los embalsamados cacique Cushamen y al general De la Serna, respectivamente, muestras silenciosas de la Conquista del Desierto, y también de otras conquistas.

Con un trabajo delicado y minucioso en la dirección de actores, Ana Alvarado casi dibuja los movimientos en escena para que ese monstruo muerto que es el museo cobre vida, y lo hace a tal punto que tiene gratos y bienvenidos momentos de humor que sirven para equilibrar cierta oscuridad y cierta violencia que impera en toda la obra. Alvarado pone en juego grandes dosis de sorpresa que descolocan una mente aletargada. El manejo y la construcción de los objetos, que se constituyen como nuevos personajes en escena, es otro punto por destacar. También se nota la mano jugada y descocada de la coreógrafa Leticia Mazur, que le imprime a los actores otra vida más allá de las que ya tienen.

Por momentos en la obra, sobre todo al comienzo, hay un hermetismo que se siente difícil de quebrar, pero es cuestión de dejarse llevar para que se vaya acostumbrando la mirada a esa manera extraña de jugar sobre el escenario.

Los tres actores conforman un núcleo interpretativo de alto nivel, hay pequeños hallazgos -construidos y logrados entre actores y directora- que son como cuadros a los que se podría recortar como un todo en sí mismo. Repleto de imágenes, unas fuertes, otras insólitas, Bálsamo es una propuesta que descoloca a quien se anime a disfrutarla, porque eso sucede de punta a punta.

Ni la estupenda actriz que es Vallina, ni la original puesta de Alvarado serían lo que son sin el prolijo y bien pensado trabajo de sonido, luz y escenografía.

Verónica Pagés
Fuente: La Nación

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