martes, 25 de junio de 2002

"Solsticio de Trigales": la lógica de los sueños

Por IRENE BIANCHI
"Solsticio de Trigales" de Cabe Mallo. Intérpretes: Ileana Acosta, Laura Albornoz y Leonardo Losardo. Música original: Gustavo Caccavo, Sergio Loudet. Coreografía: Fernanda Tapatá. Diseño de maquillaje: José Herrera. Fotografía: Fernando Massobrio. Arte y asistencia de dirección: Gabriel Hamamé, Fabio Oliveto. Dramaturgia y Dirección: Cabe Mallo. Espacio Teatral del Juglar, 59 entre 12 y 13. Domingos 20.30.

Enigmática pieza la de Cabe Mallo, de la que sólo podemos aventurar algunas arriesgadas interpretaciones.
Dos mujeres y un hombre matan el tiempo jugando a las cartas. "Dolores" (la dueña de casa); una joven profesora de inglés, y el apático "Román", tal vez un huésped ocasional. Hay un cuarto personaje, "Aurorita Echagüe", cuya urna cineraria preside la mesa, contundente presencia invisible alrededor de la cual gira la acción.
Aurorita, hija de Dolores, promisoria artista plástica, muere prematuramente, episodio que trastorna a su madre, hasta hacerle perder la razón. Como mecanismo de supervivencia, "Dolly" se inventa una ficción: su hijita se ha ido lejos a perfeccionarse. Sus pinturas son muy bien recibidas en las exposiciones y "vernisages"; está de novia con el joven curador de una galería de arte (también llamado Román), desde donde le envía asiduas cartas a su orgullosa madre (cartas que -demás está decirlo- Dolores escribe de su propio puño y letra).
Hasta ahí, la historia entra dentro de un marco racional y previsible. Pero, de ahí en más, los acontecimientos empiezan a desarrollarse en un plano de características oníricas, en una dimensión desconocida.
La profesora de inglés, muy cultivada y articulada ella, expone ante una audiencia imaginaria la aniquiladora reacción en cadena que provocaría la explosión de una bomba atómica. Román, por su parte, se queda dormido durante un viaje en tren, y al despertar descubre que está absolutamente solo: todos se han ido, hasta el mismísimo conductor. Román baja y atraviesa un campo sin toparse con nadie. Los vecinos de Dolly también han desaparecido. Casas y calles vacías; ciudad desierta. ¿Dónde se han ido todos? ¿Serán ellos acaso los únicos habitantes de la Tierra? ¿Los únicos sobrevivientes de vaya a saber qué catástrofe?
Por si hay que reinventar y refundar la civilización, Dolly se dedica a tejer los símbolos patrios, empezando por la bandera. La profesora se embarca en la escritura de una novela en inglés ("Wheatfields Solstice"), mientras que Román -tras embarazar a la profesora- se larga a los caminos a explorar el mundo, para luego reaparecer en una suerte de reencarnación de la difunta Aurorita.
Soledad, dolor, pérdidas infinitas, amores torturados, locura, muerte, cuestionamiento del lenguaje como eficaz medio de comunicación, ceguera (en sentido literal y figurado), percepción nihilista de la realidad, el inexorable paso del tiempo, la relativización de los sentidos, todo esto está presente en la obra de Cabe Mallo, que parece suscribir a los lineamientos y temática del teatro del absurdo (Ionesco, Pinter, Beckett). Seres solitarios, desamparados, que no se conectan entre sí, que no logran hallar su lugar en el mundo.
Los personajes compuestos por Ileana Acosta, Laura Albornoz y Leonardo Losardo son por momentos patéticos y dignos de lástima, y a la vez desopilantes. Tragicómicos, sería el término que mejor los describe. La escena del baile romántico en el que la profesora deja de lado su compostura y flema inglesa y Román sale de su apatía, es una perlita. Por su parte, la locura creciente de Dolly, genera espanto y risa. Su vieja decrépita del final es todo un hallazgo, como lo es la "niñita" que dibuja monigotes a lo Picasso.
"Solsticio de Trigales": la extraña lógica de los sueños.

Fuente: El Día

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