UNA RECORRIDA POR LA ESCENA NACIONAL EN EL DIA MUNDIAL DEL TEATRO
Funciones matinales, elencos detenidos, huelgas de actores y obras con desnudos en congresos de medicina. Polémicas entre realistas y vanguardistas. Anécdotas e intimidades de la escena argentina.
LAURA HAIMOVICHI
Mis conejos, mis conejos!, gritó el mago mirando a sus animalitos. No estaban bajo su galera sino asándose, para llenarles la panza al puñado de actores que había quedado detenido en Corrientes, sin plata para pagar el hotel.La anécdota es de Tincho Zabala, y pinta en qué condiciones se hacía teatro en la Argentina cuando no existía la televisión y los artistas salían al bosque (de gira, así se decía) para entretener al público del interior (barrios de Buenos Aires incluídos). Zabala no comió el asado pero sacó algunos billetes para que sus colegas pudieran regresar a Buenos Aires. Nos salvábamos entre nosotros, cuenta el actor de 76 años que hoy trabaja en Verano del 98.En el 30 Martín Zabalúa, su papá, (y el de Los Pérez García, uno de los radioteatros más populares del país) hacía hasta siete secciones de teatro diario. Era en continuado y la primera empezaba a las 10. Como no era fácil viajar, nos mudábamos al barrio en el que estaba la sala. Ibamos de Flores a Boedo, de Boedo a Belgrano, recuerda.Zabala también llegó a padecer el continuado. Pero no repetíamos la obra sino que íbamos rotando. Un día mi compañero, Marianito Bauzá, salió haciendo de congresista cuando le tocaba actuar de candombero. Una barbaridad!, se ríe.Pero si yo soy jovencito!, exclama Duilio Marzio cuando se le pregunta por los cambios a los que ha asistido. El actor trabaja por puro placer. Y enseguida evoca la puesta de La real cacería del sol, de Peter Shaffer, una obra que protagonizó junto con Lautaro Murúa, donde hacía de Atahualpa, casi desnudo, con cuarenta actores más. Había cuatro tipos en la platea y Lautaro tuvo que vender la casa porque se fundió. En Buenos Aires hoy existe una gran oferta teatral, pero la época de oro, opina, fueron los 50 y 60. Las familias llevaban a los chicos, se escuchaba música y se leía más. Existía el hábito, se había creado la necesidad.El romance de Osvaldo Miranda y la escena empezó en el 36, cuando los elencos tenían una joven, un galán, un segundo galán y un actor de carácter. Los artistas más cotizados eran Muiño y Alippi y lo más interesante era salir de gira. Además, la gente se vestía para ir al teatro.Los empresarios elegían a los actores que tenían piyamas de seda o esmoquin para usar en las funciones. No importaba tanto la calidad de su trabajo, sí que aportaran el vestuario, recuerda Osvaldo Calatayud, subdirector del Cervantes y uno de los teatristas más memoriosos.Con mis viejos poníamos una mesita en las fondas y subíamos a representar, evoca a sus 80 años Gogo Andreu. Una noche, un paisano entusiasmado empezó a tirar monedas adentro de mi guitarra. Cinco, diez, quince, gritaba, y otro paisano se enojó y le puso el cuchillo en el cogote. Terminaron unos 30 hombres desenvainando sus facas y nosotros escondidos detrás del mostrador.En la época del teatro independiente, memora Enrique Pinti, yo era el boletero de Nuevo Teatro. Por cuatro horas diarias ganaba para comprarme libros, viajar, ir al cine, todas las noches a comer pizza a Güerin y una vez por mes a Edelweiss para ver a los famosos.Pinti también fue uno de los artífices del café concert, que tuvo su auge entre los 60 y los 70. Eramos bichos raros. Veníamos de formaciones clásicas pero queríamos hacer algo nuevo. Eduardo Bergara Leumann, que era modisto de Canal 13, abrió La Botica del Angel en el 67 y allí cantó por primera vez Leonardo Favio; la Rinaldi debutó como cantante; Andrés Percivalle, como animador; Mecha Ortiz leía poemas de Borges y Haydée Padilla estrenó La Chona. El otro lugar fue La Recova, donde estaban Gasalla, Perciavalle y Edda Díaz. Todos hacíamos música, varieté, sketches.Ustedes se adelantaron a la multipartidaria, le dijo Ricardo Balbín a la gente de Teatro Abierto en el 81. Lo novedoso de aquel fenómeno que nació en el teatro Picadero (incendiado luego de ocho funciones) fue el horario y que el público acudió en masa como si fuera a la Plaza de Mayo a marchar contra el gobierno. Se hizo teatro argentino durante tres años para protestar contra la censura. Comenzaba a las 6 de la tarde y se hacían tres funciones, señala el dramaturgo Roberto Cossa.Transgresor, así se llamó al teatro que surgió en el Parakultural en el 86. Tuvimos que inventarnos la vida puertas adentro, porque vivimos la adolescencia en la dictadura, dice Alejandra Flechner, ex Gambas al Ajillo, quien con su grupo (más La Organización Negra -antecedente de De La Guarda-, El Clú del Clawn, Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese) modificó la estética escénica desde aquel espacio. Lo nuevo de este movimiento fue que incorporó otros lenguajes: humor corrosivo y crítico y un intento por recuperar al cómico de otras décadas sin bastardearlo. El fin de siglo sumó también un teatro de mayor destreza física e historias menos explícitas y hasta convirtió al actor en verdugo de los títeres y a los muñecos en focos poderosos de atención. Fue el caso del Periférico de Objetos, cuyas propuestas producen efectos misteriosos en el público: ahogo, dolor de estómago. Una nueva forma de la ilusión.Informe de Pablo Zamora.
Fuente: Clarín
Destinado a difundir la Actividad Cultural de la Ciudad de La Plata y promover el Intercambio Cultural
miércoles, 31 de marzo de 1999
martes, 23 de marzo de 1999
DAVID AMITIN, DIRECTOR Teatro de dos mundos
Está por estrenar Las Paredes, de Gambaro. En el 2000 montará una ópera en Alemania y tiene propuestas para hacer Don Giovanni en el Colón.
MABEL ITZCOVICH
Reparte su actividad entre Buenos Aires y otras ciudades del mundo. En distintos escenarios de Inglaterra, Alemania, Austria o Bélgica montó obras de Sam Sheppard, Fernando Arrabal, Alfred Jarry o Tennessee Williams, entre otros autores. Pasó la década del 70 en el exterior y en el 80 retornó al país donde llevó a escena obras de Georg Büchner, August Strindberg o Griselda Gambaro. También dirigió ópera -El barbero de Sevilla, de Rossini, La ciudad ausente, de Gandini, o El amor por tres naranjas, de Prokofiev- en el Teatro Colón.
¿Cómo es estar viviendo aquí y allá?
Es una elección que, como todas, tiene sus cosas lindas y sus problemas: hay que tener dos casas, dos bibliotecas, doble vajilla, y siempre hay cosas que me pierdo de aquí o de allá. Pero es muy enriquecedor tanto ser espectador de lo que se ofrece aquí y allá, como trabajar en diferentes culturas, en distintas lenguas.Es un modo de vida que exige flexibilidad. Es un ejercicio complicado pero estimulante. Allá trabajo con todos los medios imaginables. Una vez aprobado un proyecto, sé que tengo un contrato para dentro de dos años y estreno el día planeado. Acá, en cambio, proyectos a tres meses terminan siendo más o menos o nada.
¿Qué encontrás acá de estimulante?
Es bueno volver a trabajar en mi idioma. Es un placer, un baño de tranquilidad y soltura, sobre todo en teatro. Y luego, este asunto de la improvisación -consecuencia de nuestro desorden- se compensa a veces con un entusiasmo vital. Esto sigue existiendo, aunque cada vez menos.
¿A qué lo atribuís?
Creo que el teatro se está achicando en la Argentina. Cada vez hay menos propuestas interesantes de experimentación o investigación. Basta con hacer un balance de lo que fue la década del 80, en la que había una dinámica que no existe ahora.
¿De quién es la responsabilidad?
La cultura está dejada de la mano de Dios; al poder no le interesa. Cuando se compara la inversión cultural en países como Francia, Alemania, Austria, Bélgica, y el cuidado con que se estimula y sostiene a los creadores uno siente la diferencia. Aquí hubo un largo proceso de desintegración cultural, a pesar de que siguen existiendo grupos o personas de talento que trabajan en condiciones poco favorables.
¿El teatro argentino tiene perfil propio?
Pienso que en general el teatro que hacemos es poco excitante y creativo. En eso me incluyo yo también como director. Y aunque cuesta decirlo, porque uno forma parte, es un teatro pobre, de un perfil difuso. A nosotros nos gusta autoengañarnos y decir que somos bárbaros porque algún argentino dirige en París.
¿Cómo hace para saltar del teatro a la ópera?
Tengo una formación musical; estudié violín y formé parte del conjunto de cámara que dirigía Teodoro Fuchs; pero abandoné por el teatro. Luego, descubrí que la ópera era una zona intermedia donde se podía unir teatro y música. Aunque no pretendo que una cosa sea la otra. La ópera tiene un código propio, donde el artificio es su esencia y parte de su encanto.
¿Trabaja actualmente en algún proyecto?
En el 2000, montaré en Alemania una ópera de Eberhard Eyser sobre El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Será un estreno mundial. También con vistas al año próximo estoy en conversaciones con el Colón para dirigir Don Giovanni, de Mozart. En teatro de prosa tengo dos proyectos experimentales: para agosto pienso estrenar una versión de Bartleby, de Melville y tal vez el año que viene, El inspector, de Gogol. Y en lo inmediato, estoy ensayando Las paredes, de Griselda Gambaro, que se estrenará a fines de abril en el Teatro Cervantes. Es un texto que me encanta; fue escrito a fines de los 60, con un humor y una lucidez extraordinarios. Es una obra extraña y terrible, una pesadilla profética de la represión.
Fuente: Clarín
Reparte su actividad entre Buenos Aires y otras ciudades del mundo. En distintos escenarios de Inglaterra, Alemania, Austria o Bélgica montó obras de Sam Sheppard, Fernando Arrabal, Alfred Jarry o Tennessee Williams, entre otros autores. Pasó la década del 70 en el exterior y en el 80 retornó al país donde llevó a escena obras de Georg Büchner, August Strindberg o Griselda Gambaro. También dirigió ópera -El barbero de Sevilla, de Rossini, La ciudad ausente, de Gandini, o El amor por tres naranjas, de Prokofiev- en el Teatro Colón.
¿Cómo es estar viviendo aquí y allá?
Es una elección que, como todas, tiene sus cosas lindas y sus problemas: hay que tener dos casas, dos bibliotecas, doble vajilla, y siempre hay cosas que me pierdo de aquí o de allá. Pero es muy enriquecedor tanto ser espectador de lo que se ofrece aquí y allá, como trabajar en diferentes culturas, en distintas lenguas.Es un modo de vida que exige flexibilidad. Es un ejercicio complicado pero estimulante. Allá trabajo con todos los medios imaginables. Una vez aprobado un proyecto, sé que tengo un contrato para dentro de dos años y estreno el día planeado. Acá, en cambio, proyectos a tres meses terminan siendo más o menos o nada.
¿Qué encontrás acá de estimulante?
Es bueno volver a trabajar en mi idioma. Es un placer, un baño de tranquilidad y soltura, sobre todo en teatro. Y luego, este asunto de la improvisación -consecuencia de nuestro desorden- se compensa a veces con un entusiasmo vital. Esto sigue existiendo, aunque cada vez menos.
¿A qué lo atribuís?
Creo que el teatro se está achicando en la Argentina. Cada vez hay menos propuestas interesantes de experimentación o investigación. Basta con hacer un balance de lo que fue la década del 80, en la que había una dinámica que no existe ahora.
¿De quién es la responsabilidad?
La cultura está dejada de la mano de Dios; al poder no le interesa. Cuando se compara la inversión cultural en países como Francia, Alemania, Austria, Bélgica, y el cuidado con que se estimula y sostiene a los creadores uno siente la diferencia. Aquí hubo un largo proceso de desintegración cultural, a pesar de que siguen existiendo grupos o personas de talento que trabajan en condiciones poco favorables.
¿El teatro argentino tiene perfil propio?
Pienso que en general el teatro que hacemos es poco excitante y creativo. En eso me incluyo yo también como director. Y aunque cuesta decirlo, porque uno forma parte, es un teatro pobre, de un perfil difuso. A nosotros nos gusta autoengañarnos y decir que somos bárbaros porque algún argentino dirige en París.
¿Cómo hace para saltar del teatro a la ópera?
Tengo una formación musical; estudié violín y formé parte del conjunto de cámara que dirigía Teodoro Fuchs; pero abandoné por el teatro. Luego, descubrí que la ópera era una zona intermedia donde se podía unir teatro y música. Aunque no pretendo que una cosa sea la otra. La ópera tiene un código propio, donde el artificio es su esencia y parte de su encanto.
¿Trabaja actualmente en algún proyecto?
En el 2000, montaré en Alemania una ópera de Eberhard Eyser sobre El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Será un estreno mundial. También con vistas al año próximo estoy en conversaciones con el Colón para dirigir Don Giovanni, de Mozart. En teatro de prosa tengo dos proyectos experimentales: para agosto pienso estrenar una versión de Bartleby, de Melville y tal vez el año que viene, El inspector, de Gogol. Y en lo inmediato, estoy ensayando Las paredes, de Griselda Gambaro, que se estrenará a fines de abril en el Teatro Cervantes. Es un texto que me encanta; fue escrito a fines de los 60, con un humor y una lucidez extraordinarios. Es una obra extraña y terrible, una pesadilla profética de la represión.
Fuente: Clarín