Viajó a Madrid con su obra Cachetazo de Campo. Lo premió el Instituto Nacional de Teatro. Pero cree que la escena perdió libertad expresiva.
IVANA COSTA
Una bañadera que rebalsa. Una canilla que chorrea. Una señora de 80 y pico en traje de neoprene que se sumerge. Está entrenándose para cuando vuelva Jack. Que está en el fondo del mar, que nunca va a volver. La obra se llama Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y el jurado del Instituto Nacional de Teatro ha considerado que es lo mejor que hay en literatura dramática inédita. Federico León (24 años) acreedor de un premio de 5 mil pesos a repartir con los actores, el operador y el sonidista, la estrenará en junio en el Teatro del Pueblo.La sala fue elegida a propósito: Es importante que no entren más de 60 personas. Y que tenga luces. Y butacas. En el Centro Recoleta, donde su pieza anterior, Cachetazo de campo, acaba de largar su tercera temporada, León tuvo que proveerse de esos y otros elementos imprescindibles. Pero entraban 30 espectadores y funcionó de manera ideal por dos años.Cachetazo... viajó en enero a Madrid al ciclo de Nueva Dramaturgia organizado por Casa de América. Y es una de las cuatro piezas que representan a la Argentina en el festival Theater der Welt que se realizará en julio en Berlín.¿Por qué el ideal son 30 espectadores?Porque con 200 hay mucha distancia entre público y actores. A escala reducida se pueden transitar otros estados de actuación y el público está metido en la obra, está adentro de la escena. Cachetazo... se fue escribiendo en los ensayos, con el tipo de actuación que esos actores podían lograr. Estas actrices pueden llorar: ése fue el puntapié de la escritura.Martín Retjman va a producir una película que va a escribir, dirigir y protagonizar Federico León. El tiene la ilusión de que el cine le va a devolver la libertad que se le ha negado a la expresión teatral.¿Cuál es la libertad que perdió el teatro?Hoy el teatro está lleno de convenciones que me resultan cada vez más difíciles de aceptar: veo las paredes, el telón. Veo un texto y actores obligados a narrar verbalmente. Actúan demasiado. Siento que me están haciendo trampa. Lo que se ve tiene que ser real y el espectador debe ser testigo de lo que pasa.Por eso no escribe piezas en las que no participe como actor o director. No me interesa la cosa más literaria. Mis textos son para llevar a escena y para transformar en el escenario. Cuando no actúo intento con ruidos o gritos que pasen cosas. En Mil quinientos metros... actúa un chico de 11 años con un extenso monólogo y una mujer de 80 que está todo el tiempo en agua. En Cachetazo... hay llanto continuo. Son elementos que encierran riesgo en la repetición, en cierta forma incontrolables. Uno supondría que no podrían repetirse. Son estados que parecen inasibles, que crean un presente escénico, realidad.¿Cómo fue elegido el nene que actúa?Lo encontré en la escuela de Hugo Midón. Hice una recorrida por escuelas de actuación para niños y no fue fácil encontrar un buen actor. Los mejorcitos son ya unos monstruos viciosos y engreídos. Poder encontrar un nene que tenga algo genuino, un a pesar suyo, fue gratificante.Hubo otras selecciones de actores más controvertidas en la historia de Federico León. El año pasado llevó al escenario del Rojas a un ex paciente del Borda que representó como todo espectáculo su historia fronteriza, espeluznante.¿Cuál fue la reacción del público?Algunos se rieron, otros me acusaron de nazi. Rubén Szchuchmacher y Ricardo Bartís se levantaron y se fueron. Decían que era una provocación juvenil.¿No lo era?No. Me interesaba el conflicto moral. Si él manipula su historia como un actor ¿está mal reírse? ¿Hay padecimiento en escena o disfrute? ¿Cuál es más descalificador: la risa o el silencio solemne?
Fuente: Clarín
IVANA COSTA
Una bañadera que rebalsa. Una canilla que chorrea. Una señora de 80 y pico en traje de neoprene que se sumerge. Está entrenándose para cuando vuelva Jack. Que está en el fondo del mar, que nunca va a volver. La obra se llama Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y el jurado del Instituto Nacional de Teatro ha considerado que es lo mejor que hay en literatura dramática inédita. Federico León (24 años) acreedor de un premio de 5 mil pesos a repartir con los actores, el operador y el sonidista, la estrenará en junio en el Teatro del Pueblo.La sala fue elegida a propósito: Es importante que no entren más de 60 personas. Y que tenga luces. Y butacas. En el Centro Recoleta, donde su pieza anterior, Cachetazo de campo, acaba de largar su tercera temporada, León tuvo que proveerse de esos y otros elementos imprescindibles. Pero entraban 30 espectadores y funcionó de manera ideal por dos años.Cachetazo... viajó en enero a Madrid al ciclo de Nueva Dramaturgia organizado por Casa de América. Y es una de las cuatro piezas que representan a la Argentina en el festival Theater der Welt que se realizará en julio en Berlín.¿Por qué el ideal son 30 espectadores?Porque con 200 hay mucha distancia entre público y actores. A escala reducida se pueden transitar otros estados de actuación y el público está metido en la obra, está adentro de la escena. Cachetazo... se fue escribiendo en los ensayos, con el tipo de actuación que esos actores podían lograr. Estas actrices pueden llorar: ése fue el puntapié de la escritura.Martín Retjman va a producir una película que va a escribir, dirigir y protagonizar Federico León. El tiene la ilusión de que el cine le va a devolver la libertad que se le ha negado a la expresión teatral.¿Cuál es la libertad que perdió el teatro?Hoy el teatro está lleno de convenciones que me resultan cada vez más difíciles de aceptar: veo las paredes, el telón. Veo un texto y actores obligados a narrar verbalmente. Actúan demasiado. Siento que me están haciendo trampa. Lo que se ve tiene que ser real y el espectador debe ser testigo de lo que pasa.Por eso no escribe piezas en las que no participe como actor o director. No me interesa la cosa más literaria. Mis textos son para llevar a escena y para transformar en el escenario. Cuando no actúo intento con ruidos o gritos que pasen cosas. En Mil quinientos metros... actúa un chico de 11 años con un extenso monólogo y una mujer de 80 que está todo el tiempo en agua. En Cachetazo... hay llanto continuo. Son elementos que encierran riesgo en la repetición, en cierta forma incontrolables. Uno supondría que no podrían repetirse. Son estados que parecen inasibles, que crean un presente escénico, realidad.¿Cómo fue elegido el nene que actúa?Lo encontré en la escuela de Hugo Midón. Hice una recorrida por escuelas de actuación para niños y no fue fácil encontrar un buen actor. Los mejorcitos son ya unos monstruos viciosos y engreídos. Poder encontrar un nene que tenga algo genuino, un a pesar suyo, fue gratificante.Hubo otras selecciones de actores más controvertidas en la historia de Federico León. El año pasado llevó al escenario del Rojas a un ex paciente del Borda que representó como todo espectáculo su historia fronteriza, espeluznante.¿Cuál fue la reacción del público?Algunos se rieron, otros me acusaron de nazi. Rubén Szchuchmacher y Ricardo Bartís se levantaron y se fueron. Decían que era una provocación juvenil.¿No lo era?No. Me interesaba el conflicto moral. Si él manipula su historia como un actor ¿está mal reírse? ¿Hay padecimiento en escena o disfrute? ¿Cuál es más descalificador: la risa o el silencio solemne?
Fuente: Clarín