sábado, 6 de febrero de 2010

Yo, Sendra

El humorista gráfico se sumergió en el mundo de las letras con La calle de las cuatro enaguas, una historia de amor y aventuras de principio de siglo.

Ya lo hizo Roberto Fontanarrosa y vaya que le salió muy bien. El pasaje de la historieta a la literatura no es algo menor. Pero para Fernando Sendra es una tarea exitosamente posible.

Es que el inventor del genial personaje infantil Yo, Matías incursionó en la literatura con la flamante novela La calle de las cuatro enaguas, una historia de amor y aventuras ambientada entre Buenos Aires y París a principios del siglo XX.

El protagonista de la obra, Jean François Millard, es un adolescente que descubre, al mismo tiempo y de una manera inesperada, el sexo y el amor, al enamorar a las cuatro mujeres más deseables de su barrio.

Por la novela (Ediciones B) deambulan entonces personajes como la profesora de latín del joven, una prostituta, una criada y una dama de alcurnia, por lo que su vida de seductor precoz comenzará a transitar los intrincados caminos del amor físico y espiritual.
Sendra recrea con una prosa sensitiva una novela de sutil erotismo, en una historia
de iniciación en la que se mezclan el amor, la intriga policial, el humor, la sugestión y la conquista del primer paraíso.

Tan mágicamente como seduce a cada mujer, y también por culpa de ellas, se verá envuelto en intrigas insospechadas y en negocios turbulentos, como participar del truco del mago más famoso del mundo y hacerse cómplice de un robo, o revelar las certeras profecías de un monje que llega desde el confín de los tiempos para inquietar su presente y anticipar su futuro.

Desde hace más de 30 años que este marplatense padre de cuatro hijos se dedica al humor gráfico: en 1985 creó el personaje Prudencio, que luego derivaría en Yo, Matías, y aunque publicó diversos libros -que reunían sus historietas-, esta es su primera novela.

“Esta novela la empecé a escribir en un impulso de curiosidad frente a una imagen que se me ocurrió y que decidí anotar; pero resultó que la imagen era tan vívida que pude no sólo contar lo que vi en un principio, sino una serie de situaciones que se daban alrededor del hecho principal. Lo único que no lograba entender era quién era el narrador. Es decir, yo podía ver toda la escena, pero no al que la contaba. Buscando averiguar quién era, seguí escribiendo tres o cuatro mañanas, y cuando me di cuenta ya estaba metido en algo que me apasionaba. De todos modos, mi oficio de tantos años de humorista se me cuela y yo me doy cuenta que, tal como en el humor, trato de ir generando un clima para luego cortarlo con algún hecho sorprendente, aunque no necesariamente cómico”, dice el autor.

Sendra desmiente la idea de que algo de su personaje Matías se pueda haber trasladado a la novela. “No me parece. Tengo la sensación de que hay una cantidad de cosas no dichas que a través de esta novela sí puedo abordar. Pero la problemática de esta historia es de amor y misterio. Como dice mi hija, ahora mi papá escribe pornografía”.

Definitivamente, el trabajo de un historietista es muy diferente al de un escritor de novelas. Asimismo, para Sendra fue un desafío importante. “Muchas veces yo me cuestioné la capacidad de afrontar un trabajo de largo aliento, ya que lo mío en general lo empiezo y lo termino en el día. Por eso, desde hacía rato que la idea de escribir una novela la veía como una posibilidad de terminar con esa fantasía, pero nunca encontraba el momento de empezar. Todo comenzó con un llamado de un amigo que me dijo que él se había metido a escribir una novela y me contó el título, aceptó mis felicitaciones y luego me confesó que el título era lo único que tenía. En ese momento me pareció un disparate su planteo; entonces me pregunté por dónde empezaría yo. Mi primera idea fue buscar un tema, pero en los minutos siguientes desistí, y pensé que debía buscar una época y un lugar sobre los que quisiera escribir. Así me surgió la idea de situar todo en 1901 y en París”.

Es común (o inevitable) que lo que uno escriba tenga mucho que ver con uno, con lo experimentado, cosas de las que hemos aprendido. Pues este autor no está fuera de esta idea cuando sostiene que todo lo que ocurre en su historia tiene que ver con él, aunque aclara que “eso no quiere decir que los hechos que cuento me hayan ocurrido de tal modo. Es sólo que para revivir ciertas emociones invento algunas situaciones nuevas con trozos de verdad, mentiras descabelladas, fantasías que algunas se cumplieron y otras aún mantengo, y fracasos que los distorsiono hasta convertirlos en éxitos, por ese viejo asunto de la autoestima. Al margen de eso, algunas cosas son invenciones necesarias para sacar adelante la novela, pero en todo caso sospecho que, puesto en la piel y en las encrucijadas de este joven, yo hubiera hecho algo por el estilo”.

No es sencillo situar una historia en un país ajeno. En este caso Sendra eligió París porque vivió un año allí. Además, obviamente recurrió a internet, mapas antiguos “y sobre todo las ganas de que las cosas fueran como yo las conté. Creo que me sentí como un médium que no duda de que lo que dice es cierto”.

Fuente: Hoy

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