viernes, 12 de febrero de 2010

Regreso al futuro

Lo último de Federico León en Murcia y Valencia

El Centro Párraga de Murcia y Valencia Escena Oberta (VEO) han incluido en su programación Yo en el futuro, una endiablada obra del argentino Federico León que cruza cine y teatro y en la que su autor y director ha jugado a romper con la temporalidad. Su producción ha durado tres años.

Hace más de dos lustros, Roberto Cossa, el patriarca del teatro argentino actual, apostaba en una entrevista por Federico León de entre la pléyade de autores que había surgido en la escena porteña. León (Buenos Aires, 1975) había estrenado con 22 años Cachetazo de campo, interesándose por investigar sobre las emociones, concretamente sobre el llanto; una obra que escribió a partir de ensayos con los actores, sin texto previo.

Tuvo gran éxito y visitó el Festival de Otoño de Madrid y muchas otras plazas europeas. A ésta le siguieron Museo Miguel Ángel Boezzio (en la que un actor guía al público por múltiples vidas reales de las que ha sido excluído), Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack (sobre dos familias que conviven en un cuarto de baño) y Ex Antuán (un ejercicio sobre el teatro como realidad con sus propias leyes). Pero las inquietudes artísticas de Federico León le llevaron al cine y en 2001 estrenó la película Todo juntos. Luego, codirigidas con otros realizadores, se sucedieron Estrellas y Entrenamiento Elemental para Actores. Ahora ha cruzado ambas experiencias en su último trabajo, Yo en el futuro, una obra en la que ha invertido tres años y que hoy se representa en el Centro Párraga y los día 16 y 17 en el teatro Musical, dentro del Festival Valencia Escena Oberta (VEO).

Matrioskas rusas.
“Empecé a estudiar teatro al mismo tiempo que cine. Utilicé algunos procedimientos cinematográficos para mis obras teatrales así como elementos teatrales para mis películas. Me interesaba observar una disciplina artística desde la otra”, explica León. “En Buenos Aires la obra se estrenó en una sala de cine que está dentro de un teatro. En los años 50 en mi país era habitual que antes de cada proyección se hicieran números vivos, pequeños espectáculos de variedades de quince minutos. Cine y teatro conviviendo en el mismo espacio”.

Y partiendo de esta costumbre, León arma una endiablada estructura dramática que cruza el teatro con el cine en torno a una serie de historias que se suceden como si fueran matrioskas: en los años 50 tres chicos de diez años van a ver un número de variedades a un cine, protagonizado por una pianista, y lo filman. Cuando llegan a sus casas, vuelven a hacerlo con su familia viendo el número. Pasan veinte años, ya en los 70, toman otra cámara y se filman mientras miran aquella vieja película de la pianista. En la actualidad, tienen ochenta años, y vuelven al escenario del teatro en el que se proyecta toda la cadena de filmaciones, mientras el público a su vez mira a los actores.

Es decir, tres personas mayores que tienen su versión en jóvenes y en niños y que aparentemente protagonizan una historia que sigue una linealidad cronológica. Sin embargo, ésta es pulverizada en el escenario. Llega un momento en el que es difícil saber quién mira a quién. ¿Son los actores de ochenta años mirando a los que hacen de ellos cuando tenían diez? ¿Son los de treinta años mirando a los de ochenta? En definitiva, un complejo experimento narrativo sobre la acción de mirar, en el que poco importa el argumento, y sí en cambio terminar con la temporalidad del relato.

O, como resume el director, Yo en el futuro es el “intento de tres ancianos de repetir vídeos familiares de su infancia y juventud. Es una obra universal, en el sentido de que puede suceder en cualquier lugar del mundo. Habla del tiempo, del infinito, entre otros temas. Es también una reflexión en torno a la acción de mirar. Quién mira a quién en distintas épocas hasta que, como en un sueño o una pesadilla, se pierde la temporalidad”, añade.

Casting de 1.000 actores.
Dice León que ha invertido más de tres años en este proyecto, que ha hecho más de siete versiones de la obra con su compañía de actores (Marianela Portillo, Jimena Anganuzzi, Julián Tello y Esteban Lamothe) y que para la selección de los actores siguió un procedimiento más propio del cine que del teatro: “Hice un casting que duró seis meses. Vimos alrededor de mil actores. Nunca dediqué tanto tiempo a la búsqueda de un intérprete. Necesitábamos a tres ancianos y a tres niños que fueran muy parecidos a los tres actores jóvenes con los que escribí la obra”.

La filmaciones están protagonizadas por los mismos actores. El director quiso al principio trabajar con cámaras y formatos originales. “Después de algunas pruebas nos dimos cuenta de que la calidad se iba deteriorando, así que filmamos todo en vídeo y emulamos los formatos de 8 mm, super 8 y vídeo”, dice, y recuerda que su padre era un enamorado del registro familiar: “filmó toda su vida, se fue comprando las primeras cámaras que iban apareciendo en estos formatos.”

Este es uno de los platos fuertes del Festival VEO, que, dirigido por Mariví Martín desde hace dos años, se ha centrado en programar espectáculos muy diferentes a éste, concebidos para escenarios no convencionales. En este sentido destaca la producción del holandés Drie Verhoeven, En tierra de nadie, en la que un grupo de inmigrantes va seleccionando espectadores que se han dado cita en la estación de tren de Valencia. Desde allí les conducen por un recorrido prefijado mientras les cuentan historias basadas en su propia vida. La performance se desarrolla desde hoy hasta el 17 de febrero.

Liz PERALES

Fuente: El Cultural

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