lunes, 8 de febrero de 2010

"Prefiero un humor de inclusión"

Ana María Bovo

Ahora también es actriz de humor. Cuatro grandes del género le sirvieron de excusa. Y para animarse a explorar nuevas facetas del relato de sí misma, que arrancó como cuentacuentos, y parece no tener fin.

Por Jorge Belaunzarán

- ¿Hay un humor femenino y uno masculino?

-Puedo hablar desde mi experiencia como espectadora, y como productora del humor y escritora. Por ahí ponemos las miradas en lugares diferentes pero el resultado puede ser tan hilarante de parte de un género como del otro. La eficacia puede ser exactamente la misma. A mí lo que me interesó rescatar de la historia del Maipo fue la comicidad de mujeres que pudieron zafar de ser el soporte del chiste de los hombres, el pie para chistes machistas, y generar un humor singular. Hablo de mujeres como Olinda Bozán, Margarita Padín, Pepita Muñoz y Niní Marshall, por supuesto. Mi trabajo tiene el aspecto de una improvisación. Cuando lo preparaba trabajé mucho con el caos de la improvisación, y luego organicé el material y lo tengo absolutamente cronometrado. Me interesó la singularidad de estas mujeres que pudieron armarse un espacio propio sin depender del humor masculino.

-Usó la palabra machista en un momento.

-Porque en el ámbito del teatro de revista era como el templo del chiste machista. Y se sigue viendo ahora en distintos ámbitos. Era como el lugar por excelencia de ese tipo de humor. Una presencia femenina otorgaba el pie para que el cómico se luciera. Por eso me interesa rescatar el protagonismo de estas mujeres. Quizás también algunas en sus monólogos victimizaban un poco a los hombres. Bozán tenía insultos muy bonitos, como bestia apocalíptica, que me parece una genialidad, un insulto muy elaborado e ingenioso.

-¿Hay un humor feminista?

-No digo que no exista el humor feminista, digo que el que estoy poniendo en escena no quiere asumir un lugar de reivindicación constante por toda la presencia que no tuvimos. Pero por ejemplo Gabriela Acher decía: quiero hacer el negativo de lo que hacen los hombres para mostrar la contracara, una especie de provocación muy grande. Y ella trabajó muy bien desde ese lugar. Y usó los mismos resortes. Por ahí fue necesario un humor revanchista, y ahora las cosas pueden alcanzar un equilibrio donde te desentiendas de un humor contestatario al humor machista y puedas expresar lo que se te ocurra.

-¿Todo el humor femenino puede ser entendido por cualquier varón?

-No me siento en condiciones de hablar del humor femenino en general, pero hay códigos de género, un nivel de sobreentendido, de guiños, que puede ocurrir tanto en varones como mujeres. En mi caso mi intención es ofrecer un humor que produzca distintas lecturas pero que sea comprendido por todo el mundo; no me interesan los guiños. Prefiero un humor de inclusión.

-Y más allá del humor, ¿qué une a estas mujeres?

-Para mí las une el lugar que tienen en la memoria colectiva. Las une haber producido un humor singular que es imposible de imitar, que sólo ellas lo han llevado adelante, lo han creado.

-¿Y si tuviera que definirl a cada una a partir de una característica de su personalidad?

-Se habla siempre de la timidez de Niní, que ella siempre supo enmascarar muy bien en la potencia de sus personajes. Dos opuestos que funcionan muy bien: su timidez y su potencia escénica. Olinda creo que ya entraba hecha un tromba, y dicen que tenía la particularidad de producir felicidad en cualquier ámbito. Se dice que los cómicos son amargos porque tienen que divertir para vivir, pero ella se venía riendo desde la casa; era portadora de un buen humor genuino a pesar de todas las dificultades que tuvo en la vida. Las dos tuvieron vidas muy adversas, y por eso también valoro mucho ese coraje de salir a divertir, cuando en general el prototipo femenino era una mujer victimizada por el amor no correspondido, por un hijo que la maltrataba.

-Cuando se eligen personajes para trabajar al mismo tiempo se está eligiendo algo de sí mismo. ¿En su caso qué sería?

-Evocar el placer que me han dado. Cuando llegó la televisión a mi ciudad y había un ciclo de películas argentinas que por fin lográbamos ver, la felicidad de esas tardes yo no tengo cómo retribuirlas. Un modo es poner en escena mi propio humor y formar parte del engranaje que genera risa y placer. Por supuesto que no es pura gratitud, hay un interés de verme en escena, de tomar el protagonismo, de encarnar ese lugar, de ser una actriz cómica.

-¿Le interesaba a partir de sus otros trabajos narrativos en escena, como contadora?

-A partir de ahí había empezado a trabajar mucho con el humor, que estaba muy dosificado en momentos de mayor emoción o en momento dramáticos. Y empecé a ver que la veta humorística me resultaba muy tentadora. Mi hermano que es un crítico importante de mi trabajo, me dijo: tenés que ocupar el lugar de actriz cómica, hay pocas que escriban y actúen; y fue un consejo que tuvo mucho peso. Y tuve la suerte de que Niní Marshall me viniera a ver, de hacerla reír. Me había quedado esta deuda de proponerme ante el público como una actriz cómica.

-Debe ser complicado, porque las actrices cómicas tienen como un fulgor, es difícil que mantengan una continuidad.

-Yo me metí con este fulgor un poco tarde, espero que el aura me dure un poco, ja ja. No sé cuándo se jubila una actriz. Lo que sí es que determinados sentidos del humor cunden mejor en una época determinada. El humor de café concert de Edda Díaz tuvo que ver con el florecimiento del género, y ella fue un icono de la época; en ese sentido tiene una pertenencia clara a un segmento histórico del humor. Pero creo que hay actrices cómicas o actores cómicos que están ligados a una historia del humor en la Argentina. Son expresiones de un momento más que una singularidad. Aunque no creo que por eso Edda Díaz haya dejado de ser una artista. Es verdad que ciertos cómicos irrumpen en ciertos momentos y crean un icono inolvidable, como ha pasado también con Haydé Padilla, con su personaje de La Chona. Es un antes y un después de esos iconos. Siempre elijo tener una aparición más suave y que perdure. No quiero decir con esto que ellas no tuvieron capacidad de perdurar.

-A partir de los 80 aparecen teorías la narración del sujeto, que el sujeto se narra a si mismo y ya no es más narrado por un gran relato. Usted tiene talleres de narrativa que van en ese sentido desde hace mucho tiempo, ¿podría decirse que el tiempo se le acomodó?

-Ajá. Al principio fue muy forzado armarme un espacio como narradora. Los críticos no venían, no sabían muy bien de qué se trataba, si era off o si era on, no respondía a los parámetros del Parakultural. Me costó mucho convencer. Mucha gente tímidamente me preguntaba si era actriz, ya que suponían que sólo podía sostener aquello si era actriz, porque yo simulo en escena una narración espontánea. Nada parece más fácil que hablar de sí mismo, y como dice Peter Brooke, sostener la atención del público más de un minuto es un esfuerzo sobrehumano. Entonces sí, creo que el tiempo se me fue acomodando. Y cuando elijo qué voy a hacer, cuando construyo un espectáculo, recuerdo la frase de Unamuno: para novedades, los clásicos. Así que siempre me gusta abrevar en referentes que tienen un fulgor que perdura.

-Una canción puede ser mejor o peor, pero en la voz de determinado intérprete puede resultar brillante. ¿Ocurre lo mismo en la narración?

-La intervención puede ser criminal. Puede ser que un texto no haya sido escrito para ser narrado sino para ser leído. La intervención en un cuerpo, una voz, todas las decisiones estéticas que son del narrador pueden ser muy beneficiosas, terminar de sacar brillo a la pieza, o ultimarla. Hay una idea falsa que es que uno respeta el texto si lo lleva a escena haciendo una reproducción fiel. Para mí eso desconoce que hay dos géneros distintos, entonces si lo llevás a escena tal cual puede volverse muy forzado, muy aburrido. Tenés que hacer otra cosa, y hacer otra cosa implica una responsabilidad estética muy grande.

-¿Piensa que hay un Romeo y una Julieta para cualquier actor o actriz de la Tierra?

-Sí, hay una vibración muy particular, única.

-Suena como muy objetivo algo que por lo general no se considera de esa manera.

-Cuando leo un texto parto de un principio de realidad que es el que me aporta el texto, y una subjetividad que aporto con mi deseo de contarlo. Creo que el deseo no basta, requiere un rigor interpretativo, y tengo que manejarme con todo lo que el texto ofrece para aportar lo mejor de mi interpretación y armar un buen cruce.

-Pese a los discursos hoy se lee y escribe como nunca en la historia de la humanidad: desde el teléfono al chat, hasta una cantidad extraordinaria de libros y distintas publicaciones gráficas. Sin embargo, pareciera no existir una poética. ¿Cómo lo percibe desde sus talleres de narrativa?

-La gente en general parte del preconcepto de que no tiene mucho para contar. A medida que damos las consignas en los talleres la gente va recordando cosas. Trabajamos sobre los textos que ya están en uno. Un relato siempre da forma a una existencia preexistente. Lo que le alcanza al relato es ser verosímil. Y lo que es bellísimo es el paso de lo anecdótico a lo que es significativo. Nosotros nos ocupamos de eso. Dicen que Chéjov pagaba un kopec por una buena anécdota y diez por una buena historia. Nuestros talleres se ocupan de ese recorrido. Y lo que es maravilloso es que la democratización de la experiencia derriba todos los prejuicios. La gente en el taller no tiene que decir lo que hace, sólo su nombre. Una vez tuve un pastor de una iglesia danesa con tres psicoanalista lacanianas. Si hubieran dicho de qué se ocupaban habría habido una red de prejuicios enorme. Así hablaron y contaron con absoluta libertad, y terminaron ellas escuchando una homilía de él con un cuento de Conrado Nalé Roxlo. Hay algo muy bello en aprender a oír, a escuchar, y a confiar en la experiencia ajena como un lugar de enriquecimiento. Ese lugar está muy perdido en la sociedad, salvo entre los íntimos. Armar el artificio de un espacio donde la gente viene a contarse cosas es interesante. Estéticamente es muy conmovedor. Indirectamene se vuelve muy terapéutico, muy sanador. Narrar la vida no tal como sucedió sino como uno quiere volver a vivirla, volver a contar lo que te pasó, ir modelándolo según un criterio estético que vas afinando, te permite mirar el pasado de otra manera.

Fuente: AsteriscoJustificar a ambos lados.

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