Reconoce que uno de sus fuertes es la actitud. Igual, dice, que cuando jugaba al fútbol. Debutó en teatro a los 14 años y hoy comparte escenario con Alcón. Retrato de un actor que ha crecido
Por: Silvina Lamazares
Ya cayó el sol y la sensación térmica araña, de todos modos, los 37 grados. Agobio en la ciudad. Plenitud en su alma. Eso confiesa sentir Joaquín Furriel, que se deja entibiar por los recuerdos. Se dispara entonces la memoria emotiva y dice: "Me encanta actuar cuando hace calor, me vuelve loco. Es una sensación que me lleva directamente a mi primera obra, me predispone bien... Me conecta con el primer deseo". Pasaron 21 años desde aquel debut, un 19 de diciembre. Pasó más que mucho tiempo. Pasó de la sala del Supercop de Lomas de Zamora a compartir escenario, en la avenida Corrientes, con Alfredo Alcón.
Protagonista -también junto a Roberto Carnaghi y Juan Gil Navarro- de Rey Lear, no olvida, no sólo el clima, sino aquella magia inicial que le develó definitivamente el secreto de su vocación: "Juegos a la hora de la siesta va a estar siempre en mi memoria. Yo tenía 14 años y era el más chico del elenco que integraba la Comedia de Almirante Brown. Del día del estreno guardo imágenes muy frescas".
¿'El' recuerdo?
Y, por ejemplo, que me pelé toda la rodilla, por el exceso de nervios y energía. Yo entraba con una metralleta y disparaba como una bestia y me tiraba al piso... Recién cuando terminó la función noté que estaba sangrando.
Con música brasileña sonando de fondo en la penumbra del Teatro Apolo, la charla comienza un rato antes de la función, en la sala vacía, y sigue en un rincón de la trastienda, lejos de la solemnidad. No es ella su fuerte, sí la responsabilidad, que no es lo mismo. De mirada tan clara como sostenida, le pone la lupa a algunas paradas clave del pasado que reflejan por dónde anduvo y por dónde, claramente, no.
Criado "en el límite entre José Mármol y Adrogué, la calle era nuestra, de los pibes. Como ese sector era de lotes muy grandes, los convertíamos en escenarios para todo tipo de juegos, desde belicosos hasta de escondites. No sé, veíamos Brigada A y después íbamos y hacíamos algo parecido". Esos terrenos también fueron testigo de sus tiempos de futbolista. Dice que el habilidoso era su hermano y que él era -figura que elige a pedido para entender su rol en la cancha- "el (Enrique) Hrabina del equipo, ese estilo. Lo mío era cambiar el ánimo interno. Te pueden ir ganando 4 a 0, pero no perdés el deseo de dar vuelta el partido".
Y la pelota, en el relato y en su propia vida, lo fue llevando hacia el oficio al que ya le dedicó mucho más de la mitad de su vida. "El otro día hablaba con un amigo, de esos que mantengo desde la infancia, que cuando me iba con su familia a su campo de Cañuelas ya aparecía algo de todo esto. Jugar al fútbol con él era, para mí, un hecho de representatividad. Estábamos los dos solos, pero nos imaginábamos a nuestras compañeras en la platea, hacíamos los goles y se los dedicábamos a ellas, había espectadores y aplausos imaginarios. Para nosotros, el estadio, enorme, estaba lleno".
Hincha de Racing, cuenta que evoca la infancia "como espacios ordenados: con ese amigo íbamos al campo, donde me saqué una foto con un cordero cuereado y colgado a punto de abrir con un cuchillo. Con la familia de otro amigo íbamos a Chascomús o a Lobos y todo estaba relacionado con la náutica, con mis primos éramos de ir al Lawn Tennis de Temperley. Me gustaba participar de las rutinas de los otros. Inclusive en una época iba mucho a un club de la comunidad judía de la zona Sur. Y quise ser judío". Pero era monaguillo de la iglesia San Gabriel de Adrogué y "casé, de alguna manera, a mi abuelo Papón en segundas nupcias". Su otro abuelo, Ramón, y su tía abuela, Pepito (con o de varón), asoman como sólidos referentes de sus tiempos de niño.
A los 12 comenzó a estudiar teatro, "primero como un juego, pero enseguida llegó la primera obra" y el camino hilvanó la puesta de Domesticados, funciones en colegios, su formación en el Conservatorio de Arte Dramático, su intento por ser psiquiatra (no fue más allá del Ciclo Básico Común), su bolo en Montaña rusa, otra vuelta, sus trabajos ascendentes en TV y su seguidilla a paso firme sorbe el teatro. Soñaba con actuar en la sala María Guerrero del Cervantes y se dio el gusto con El puente. Soñaba con ser dirigido por Leonor Manso y se dio el gusto con Don Chicho. Recorrió varios países con festivales, actuó en El reñidero, en Sueños de una noche de verano, en Juan Moreira, actúa en Rey Lear, actuará en la próxima película de Luis Ortega (No le mientas al diablo) y no olvida el calor, en sus dos sentidos, de sus Juegos a la hora la siesta. "Tengo el video de esa obra y lo veo cada tanto", comparte el marido de Paola Krum, padre de la pequeña Eloísa.
¿Y qué ves cuando lo ves?
Cris Morena no me hubiera contratado. Reconozco la energía y la voluntad de trabajo. Porque siento que tengo más voluntad que talento.
Por: Silvina Lamazares
Ya cayó el sol y la sensación térmica araña, de todos modos, los 37 grados. Agobio en la ciudad. Plenitud en su alma. Eso confiesa sentir Joaquín Furriel, que se deja entibiar por los recuerdos. Se dispara entonces la memoria emotiva y dice: "Me encanta actuar cuando hace calor, me vuelve loco. Es una sensación que me lleva directamente a mi primera obra, me predispone bien... Me conecta con el primer deseo". Pasaron 21 años desde aquel debut, un 19 de diciembre. Pasó más que mucho tiempo. Pasó de la sala del Supercop de Lomas de Zamora a compartir escenario, en la avenida Corrientes, con Alfredo Alcón.
Protagonista -también junto a Roberto Carnaghi y Juan Gil Navarro- de Rey Lear, no olvida, no sólo el clima, sino aquella magia inicial que le develó definitivamente el secreto de su vocación: "Juegos a la hora de la siesta va a estar siempre en mi memoria. Yo tenía 14 años y era el más chico del elenco que integraba la Comedia de Almirante Brown. Del día del estreno guardo imágenes muy frescas".
¿'El' recuerdo?
Y, por ejemplo, que me pelé toda la rodilla, por el exceso de nervios y energía. Yo entraba con una metralleta y disparaba como una bestia y me tiraba al piso... Recién cuando terminó la función noté que estaba sangrando.
Con música brasileña sonando de fondo en la penumbra del Teatro Apolo, la charla comienza un rato antes de la función, en la sala vacía, y sigue en un rincón de la trastienda, lejos de la solemnidad. No es ella su fuerte, sí la responsabilidad, que no es lo mismo. De mirada tan clara como sostenida, le pone la lupa a algunas paradas clave del pasado que reflejan por dónde anduvo y por dónde, claramente, no.
Criado "en el límite entre José Mármol y Adrogué, la calle era nuestra, de los pibes. Como ese sector era de lotes muy grandes, los convertíamos en escenarios para todo tipo de juegos, desde belicosos hasta de escondites. No sé, veíamos Brigada A y después íbamos y hacíamos algo parecido". Esos terrenos también fueron testigo de sus tiempos de futbolista. Dice que el habilidoso era su hermano y que él era -figura que elige a pedido para entender su rol en la cancha- "el (Enrique) Hrabina del equipo, ese estilo. Lo mío era cambiar el ánimo interno. Te pueden ir ganando 4 a 0, pero no perdés el deseo de dar vuelta el partido".
Y la pelota, en el relato y en su propia vida, lo fue llevando hacia el oficio al que ya le dedicó mucho más de la mitad de su vida. "El otro día hablaba con un amigo, de esos que mantengo desde la infancia, que cuando me iba con su familia a su campo de Cañuelas ya aparecía algo de todo esto. Jugar al fútbol con él era, para mí, un hecho de representatividad. Estábamos los dos solos, pero nos imaginábamos a nuestras compañeras en la platea, hacíamos los goles y se los dedicábamos a ellas, había espectadores y aplausos imaginarios. Para nosotros, el estadio, enorme, estaba lleno".
Hincha de Racing, cuenta que evoca la infancia "como espacios ordenados: con ese amigo íbamos al campo, donde me saqué una foto con un cordero cuereado y colgado a punto de abrir con un cuchillo. Con la familia de otro amigo íbamos a Chascomús o a Lobos y todo estaba relacionado con la náutica, con mis primos éramos de ir al Lawn Tennis de Temperley. Me gustaba participar de las rutinas de los otros. Inclusive en una época iba mucho a un club de la comunidad judía de la zona Sur. Y quise ser judío". Pero era monaguillo de la iglesia San Gabriel de Adrogué y "casé, de alguna manera, a mi abuelo Papón en segundas nupcias". Su otro abuelo, Ramón, y su tía abuela, Pepito (con o de varón), asoman como sólidos referentes de sus tiempos de niño.
A los 12 comenzó a estudiar teatro, "primero como un juego, pero enseguida llegó la primera obra" y el camino hilvanó la puesta de Domesticados, funciones en colegios, su formación en el Conservatorio de Arte Dramático, su intento por ser psiquiatra (no fue más allá del Ciclo Básico Común), su bolo en Montaña rusa, otra vuelta, sus trabajos ascendentes en TV y su seguidilla a paso firme sorbe el teatro. Soñaba con actuar en la sala María Guerrero del Cervantes y se dio el gusto con El puente. Soñaba con ser dirigido por Leonor Manso y se dio el gusto con Don Chicho. Recorrió varios países con festivales, actuó en El reñidero, en Sueños de una noche de verano, en Juan Moreira, actúa en Rey Lear, actuará en la próxima película de Luis Ortega (No le mientas al diablo) y no olvida el calor, en sus dos sentidos, de sus Juegos a la hora la siesta. "Tengo el video de esa obra y lo veo cada tanto", comparte el marido de Paola Krum, padre de la pequeña Eloísa.
¿Y qué ves cuando lo ves?
Cris Morena no me hubiera contratado. Reconozco la energía y la voluntad de trabajo. Porque siento que tengo más voluntad que talento.
Fuente: Clarín
1 comentario:
Muy buen blog , te felicito . cotizacion dolar
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