sábado, 13 de febrero de 2010

Historia de amor sin tiempo, entre dos hombres

Príncipe azul. Musical de cámara basado en la pieza homónima de Eugenio Griffero. Intérpretes: Manuel Feito y Marcelo Durán. Música: Rony Keselman. Letras de canciones: Matías Puricelli. Escenografía y vestuario: René Diviú. Diseño de luces: Puricelli-Cuello. Coach vocal: Patricio Arellano. Asistente de dirección: Sergio Rodolao. Puesta en escena y dirección general: Rubén Cuello. En el Los Angeles (Corrientes 1764). Sábados, a las 22. Duración: 60 minutos.

Nuestra opinión: buena

Dos hombres se encuentran treinta años después de haberse conocido. Una intensa historia de amor los unió entonces. Y aunque no hubo posibilidades de que ella se desarrollara, ambos la llevan en su recuerdo y buscan cumplir ahora aquella promesa que se hicieron cuando, siendo muy jóvenes, se separaron: volver a encontrarse, un día de un año establecido, a determinada hora y en el lugar que fue testigo de unos momentos que no han podido olvidar.

Estrenada en la década del 80 Príncipe azul es, sobre todo, una pieza de personajes sensibles que dan cuenta de la gran imposibilidad de vivir a fondo una historia de amor entre hombres. Pero Eugenio Griffero también, a partir de esos seres, devela unos mundos internos convulsionados que ni siquiera han logrado desarrollarse personalmente, y para quienes sostener un viejo recuerdo es como un anclaje en la vida que llevan. La nostalgia no detiene ese acto de vivir cotidiano, por el contrario, lo fortalece, aunque muchas cosas que rodean a los personajes estén sumamente ligadas a la decadencia.

La versión musical de cámara que acaba de estrenarse en el Los Angeles lee la pieza de manera más directa y, aunque desde el inicio hace hincapié en la historia homosexual, eso no le hace perder las cualidades primitivas al original. Rubén Cuello como director sabe sostener ese misterio que rodea a los personajes y que tiene que ver con quienes son ellos en el presente de la escena. Sus recuerdos afloran seguros, por momentos son conmovedores y las canciones, que son muy pocas y sólo permiten enfatizar ciertas situaciones, no quiebran con una acción que fluye, sobre todo, porque la relación entre ambos intérpretes se va fortaleciendo a medida que avanza el drama.

Tanto Marcelo Durán como Manuel Feito, si bien se muestran algo dubitativos cuando comienzan a transitar a sus criaturas, van ganando en seguridad a medida que las anécdotas de sus vidas van apareciendo, sumándose, exponiendo unos mundos privados que tienen sus riquezas para la atención del espectador.

La escenografía y el vestuario de René Diviú resultan un buen aporte a un mundo casi de ensoñación que la puesta busca dibujar, engrandeciéndolo y tornándolo sumamente efectivo.

Carlos Pacheco

Fuente: La Nacion

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