miércoles, 17 de febrero de 2010

El éxito del texto con fuerza y prestigio

Unión. Todo el tiempo se cargaron por la gran diferencia de altura (ella se puso en puntas de pie). En algún momento, él deslizó: “Parecemos padre e hija” y a ella le brillaron sus ojos claros.

Alfredo Alcón – Elena Roger

El teatro en Buenos Aires vive un momento increíble, con obras como Agosto, Rey Lear o Piaf . El actor shakespeareano accedió a reunirse con su joven colega que impacta con su protagónico de la cantante francesa.

Por Vanesa Ojeda/Ana Seoane

El próximo 3 de marzo, Alfredo Alcón cumplirá 80 años. Nadie le daría esa edad si lo viera, de jueves a domingo, en el teatro Apolo encarnando al Lear shakespeareano. En ese escenario, accedió a reunirse para unas fotos junto a Elena Roger, actriz que lo admira desde siempre. Alcón, por más que componga a un rey decrépito, venido a menos, le otorga la fuerza de la vitalidad y de la pasión. Esa es la energía con la que encaró sus más de cincuenta años de trayectoria que abarcaron el teatro, el cine y la televisión.Trayectoria que hace que los actores se refieran a él como “maestro”, y que le permite evaluar a quienes comienzan el camino, como por ejemplo, Elena Roger.

—¿Qué piensa del trabajo de Elena Roger como actriz?

—La vi en Mina... che cosa sei? y me sorprendió por el nivel artístico que tenía todo el espectáculo. Ahora –uno de estos días que no tenga función– me voy a verla en Piaf, pero no quiero que se entere de cuándo voy a ir, porque seguro que se pone nerviosa. O por lo menos, es lo que a mí me pasa, si me decís “voy tal día”, esa noche estoy fatal.

—¿Qué siente cuando los actores se refieren a usted como “maestro”?

—No sé, a mí “maestro” me parece una palabra muy alta, muy elevada. Yo puedo llamar “maestro” a Troilo, a Goyeneche, a Salgán, a Arlt, a Berni. Cuando me dicen “maestro” hago alguna broma, para que nos riamos y a partir de ahí podamos hablar sin las distancias que presupondría la relación entre un maestro y un alumno. Otras veces, si me dicen “maestro” digo “buenas tardes” y me voy, porque me dejan seco.

—“Rey Lear” habla del desagradecimiento de las hijas a un padre. Salvando las distancias, ¿siente el agradecimiento de los jóvenes actores?

—Una de las cosas que más disfruto de la vida es recibir el afecto de mis compañeros de trabajo. Porque la admiración es linda, por supuesto, pero si no hay afecto... La admiración no te acompaña cuando estás solo, es un pensamiento casi intelectual. No hay moneda que cobre el regalo del afecto.

—Dicen algunos que Shakespeare no es fácil de entender. ¿Coincide?

—La idea de que las cosas profundas y hondas que hablan del alma humana son sólo para un grupo reducido de gente es lisa y llanamente fascista. La gente entiende perfectamente, porque un clásico no es un hecho intelectual que alguien puede no saber qué se quiso decir: apunta al sentimiento, al lenguaje del alma, que es universal. No hace falta ir a la universidad para entender lo que plantean los grandes autores en sus obras.

—¿En base a qué cree que se da el pensamiento de que lo popular no puede tener contenido?

—Desde la mirada del dueño de la riqueza, el pobre se tiene que contentar con una casa miserable, con una comida rala y, para entretenerse, con cosas que no hagan pensar, porque si uno piensa se convierte en alguien peligroso. Artistas populares fueron Mercedes Sosa, Troilo, Goyeneche: no rebajaron al pueblo al lugar de populacho. Uno escucha a Salgán y oye a un poeta que le habla de su alma al pueblo, para que crezca y no se quede entretenido viendo estupideces que lo van idiotizando.

—¿Qué piensa del término “popular”?

—Los artistas populares hablan con el lenguaje de la mayoría, del pueblo, no el de una minoría que presume de una falsa intelectualidad. El mérito más grande que un artista puede tener es llegar a entrar en el pensamiento y la vida de su pueblo.

—¿A qué se refiere con “falsa intelectualidad”?

—A lo ceremonioso, a la idea de que es para un grupo reducido de personas que entienden.

El humor, invento exquisito

La primera quincena de julio, Alfredo Alcón hará una de esas piezas que sorprenden a su público tradicional: Los reyes de la comedia, donde el coprotagonista será Guillermo Francella, con producción de Pablo Kompel.

—Me encanta hacer comedia. El humor es el invento más inteligente del hombre. El mito de Sísifo es muy claro: era un griego a quien los dioses habían castigado con cargar una piedra hasta la cúspide de una montaña para que cayera y volver a hacer lo mismo una y otra vez; Sísifo se preguntó cómo embromar a los dioses, e inventó la alegría: sabiendo que la piedra se le iba a caer una y otra vez, todo el esfuerzo lo hacía con alegría. Y los dioses, al descubrirlo, empalidecieron. Eso es lo que hacemos los hombres: sabemos que nuestro tiempo de vida es frágil, que nos pueden lastimar o matar y que la película siempre termina mal porque el protagonista, que es uno, muere. Sin embargo, inventamos la alegría, el humor. Es el invento más sutil, más exquisito que ha inventado el ser humano. Lo solemne oculta una vaciedad presuntuosa; el humor va a lo profundo de la vida.

Primero conquistó al público londinense, pero en cuanto estrenó Piaf en Buenos Aires, Elena Roger se transformó en una cita ineludible para todos aquellos que aman el teatro. En el encuentro con PERFIL, anticipa: “Tengo un par de películas en carpeta para fin de este año donde actuaré, sin cantar”, pero es imposible sonsacarle los nombres de los directores, aunque da a entender que son conocidos. Como toda intérprete internacional su agenda se maneja con mucha anticipación: “En 2012 haré Evita, en Broadway”.

—¿Cuántas veces vio a Alfredo Alcón sobre el escenario?

—Las más recientes fueron en Muerte de un viajante, de Miller, y hace muy poquito en Rey Lear, de Shakespeare. Me hubiera gustado poderlo ver más veces, pero en realidad hace relativamente pocos años que soy una habitué del teatro. Sé que se aprende mucho, también sentada en la butaca, pero de más chica no tenía muchas posibilidades económicas. A gatas, íbamos algunas veces al año al cine. Mi madre me llevó a ver El diluvio que viene, con Trelles, y El conventillo de la paloma y vi a Julio Bocca en el Parque Lezama. Mis padres nos pagaban la escuela semi privada a los tres y algún curso más, cuando se podía. De ellos, yo fui la que más pude estudiar: inglés, guitarra y canto. Pudimos estudiar sin trabajar. Lo más importante son las ganas de aprender.

—¿Qué políticos fueron a verla en “Piaf”?

—La verdad, no tengo ni idea, pero nadie me comentó que alguno de ellos haya ido.

—¿Cómo explica este boom teatral?

—Creo que es la necesidad de la gente por la cultura, aunque haya crisis. Lo que noto es que hay gente que no va frecuentemente al teatro y, sin embargo, ya vio Agosto, Rey Lear o Piaf. Creo que al ser espectáculos exitosos se transformaron en propuestas convocantes. Los motivos son siempre inexplicables. Muchas veces, se hace una muy buena obra, pero el público no aparece. De hecho, a mí me pasó con Mina... che cosa sei?, que hacíamos con Valeria Ambrosio y Diego Reinhold. Todo el mundo del ambiente quería venir, pero no tuvimos popularidad como para atraer a Mirtha Legrand o a Susana Giménez.

—¿Se termina “Piaf” el 28 de febrero en Buenos Aires?

—Sí, concluimos la temporada en la Argentina, pero nos vamos para debutar en Madrid, en el teatro Alcalá, de Alejandro Romay, desde mediados de abril hasta julio. Va todo el elenco a España, sólo tres compañeros se quedan. Julia Calvo será reemplazada por Gipsy Bonafina.

—¿Se puede comparar nuestro público con el de Londres?

—Siento que aquí aplauden no sólo a Piaf, sino que tienen muy presente mi historia y el premio que gané en Inglaterra. Algunos me dicen que es un orgullo que represente a la Argentina. Esta energía extra creo que se debe a nuestra sangre latina. También en Londres, los espectadores aplaudían de pie, al final de cada función.

—¿Soñó este éxito, aun con el precio de las entradas?

—No, la verdad es que no. Creía que iba a ir bien, pero nunca pensé que iba a ver este continuo pedido de entradas y agregar funciones, como venimos haciendo, dos los jueves y dos los sábados. Es cierto que $ 150 no es económico, pero con $ 50 podés sacar tertulia, donde se ve muy bien también. No es una cifra descabellada, si miramos lo que cobraba El fantasma de la ópera.

—¿Fue parecida la repercusión en Inglaterra?

—Primero la presentamos en el Donmar Warehouse, que tiene 250 localidades y una temporada limitada, por lo cual enseguida se agotaron las entradas. Después pasamos a otro más grande y ahí nos agarró la crisis europea y llenábamos el 70% del teatro.

Próximo destino: Londres

—¿Cómo será su próximo espectáculo en Europa?

—En agosto ensayo Passion, de Stephen Sondheim y James Lapine. Se hará en Londres, para presentarla en el teatro Donmar Warehouse, con dirección de Jamie Lloyd, el mismo que me dirigió en Piaf. Está basada en la película Passione d’amore, que dirigió Ettore Scola (1981). Este film fue una adaptación de la novela Fosca, de Tarchetti. La acción transcurre en 1863, en Italia, y narra la historia de un soldado. Conoce a Fosca –mi papel– que es una mujer muy, pero muy fea, de la cual se enamora.

—¿Su vida será entre Argentina y el exterior?

—Nunca pensé en poder trabajar con continuidad en algún país europeo. Ahora le tomé el gusto, no sólo para aprender profesionalmente, sino también para perfeccionar un nuevo idioma, cada día más. Pero mi sede será siempre Buenos Aires. Argentina es mi lugar, aquí tengo a todos mis afectos, aunque me parece muy importante el poder trabajar en Londres. Ahora se me da la posibilidad de trabajar frente al público español y eso también lo vivo como un desafío importante.

Fuente: Perfil

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