miércoles, 7 de octubre de 2009

Un drama conmovedor, agudo y sin metáforas

Mujer asfalto, de Alain Kamal Martial. Intérpretes: Lucrecia Paco, Cheny wa Gune. Música: Cheny wa Gune. Diseño de luz: Quito Tembe. Video: Paulo David Sitoi/Litho. Dirección: Lucrecia Paco. En Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Funciones: pasado mañana, el 9 y 10 del actual, a las 21. Duración: 60 minutos.

Nuestra opinión: muy bueno

La historia es dura y su desarrollo provoca una severa inquietud. Una prostituta, desde la esquina en la que se ofrece, da cuenta de su realidad y lo hace de manera descarnada. En su mundo, el sexo, la violencia y la muerte tienen una fuerte ligazón. Ella lo expone a través de cuatro fragmentos y cada uno de ellos se transforma en un acto particular que dejará al espectador sumamente conmocionado.

El texto de Alain Kamal Martial no apela a metáforas. Es directo, agudo. Busca que su personaje relate con minuciosidad detalles inesperados; también resultarán inesperadas algunas propuestas de esa transacción sexual a la que se ve forzada la mujer.

Si bien el discurso de esa prostituta está anclado en el horror, también demuestra valentía, mucha sinceridad. Ella es muy práctica al definir y defender su actividad como "un trabajo". Finalmente, la piedad se apoderará de la platea.

La actriz Lucrecia Paco narra desde un lugar muy poético -su corporalidad, su espléndida voz, su imagen siempre cuidada- y, al hacerlo, distancia la crudeza de las situaciones que expone. Así, el dolor parecería aquietarse, pero eso es solamente momentáneo.

Su compañero de escena, el magnífico músico Cheny wa Gune, suaviza el impacto que las palabras provocan. Los sonidos que propone son como un bálsamo ante tanto dolor.

Mujer asfalto muestra sólo algunas aberraciones de la sociedad contemporánea. Llega desde un territorio al que poco miramos. Esta experiencia, en la que el teatro, la narración y la música, se cruzan tiene una impronta muy vital y eso se manifiesta en la forma en que se expresa un drama conmovedor.

Carlos Pacheco
Fuente: LA NACION

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