En Juan la suerte, el director François Orsini claramente cruza el lenguaje teatral con la estructura de un recital. Por eso, al final, hay algo cercano a un epílogo que podrá también leerse como un bis y las dos posibilidades quizá sean correctas. Como en muchas bandas, hay una voz cantante que sintetiza el nervio de este espectáculo creado por el Théâtre de NéNeKa, de Francia. Ese nervio sigue los patrones de puesta, vestuario, movimiento y música ligados al punk. Así se da vida a una obra de Bertolt Brecht que reflexiona sobre las relaciones de intercambio comercial.
La puesta es mínima. Todo está puesto en el texto, que se hace muy farragoso de seguir por la velocidad que hablan los intérpretes. Sumado a esto, en las funciones que se realizaron en el Festival de Córdoba la distancia entre el piso del escenario y la pantalla era tan grande que había que elegir entre leer o seguir a loa actores. Lo cual generaba un extraño distanciamiento. Bajo esta realidad, la actuación de los intérpretes y la música de Tomas Heuer son los puntos más atractivos de esta pieza.
Alejandro Cruz
Fuente: LA NACION
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