viernes, 11 de septiembre de 2009

Un pianista de aliento sinfónico

CON ALMA POP EL MÚSICO RESCATÓ JOYAS DE BRIAN WILSON (THE BEACH BOYS), MASSIVE ATTACK Y LENNON & MCCARTNEY.

Crítica Brad Mehldau ofreció un notable recital solista en el Gran Rex. El lunes se presentó en Rosario.
Por:Federico Monjeau

Aunque en los shows anteriores con Fleurine o con su trío Brad Mehldau destinase algún número al piano solo, este es su primer recital solista en la Argentina. La presentación recorrió un arco variado: desde la más pura forma lineal en la primera pieza del concierto (Airegin), una especie de gran invención a dos voces sobre formas melódico-rítmicas con cierto aroma a Tristano, hasta el estilo francamente orquestal que se oyó en Tearsdrop, de Massive Attack, o en la célebre God Only Knows de los Beach Boys, aunque hay que agregar que sobre todo esta última sonó un poco como esas parodias de Beethoven que Dudley Moore nos muestra por YouTube.

Efectivamente, hay una especie de sinfonismo beethoveniano en el arte de Mehldau. Beethoveniano quiere decir: motívico. Mehldau permanece aferrado al núcleo del tema, aunque a veces lo hace en un estilo inconvenientemente ampuloso, por lo general sobre la base de una pulsación del mismo acorde a gran velocidad (también esta técnica encuentra su matriz beethoveniana en el comienzo de la sonata Waldstein), lo que añade un hormigueo y una tensión adicional a la propia tensión de la armonía, pero que resulta fatigoso durante períodos muy largos. El sinfonismo a veces parece volverlo especialmente retórico en la esforzada construcción de los finales; el caso más claro es el de Tearsdrops, que se parece un poco al de la quinta sinfonía de Chaikovski en su aparente dificultad de dar con la última palabra.

El arte de Mehldau puede estar moldeado no más en el jazz que en la sinfonía clásico-romántica, aunque su estilo performático tiene también su propia historia, que remonta a los primeros recitales solistas del siglo XIX, a las paráfrasis de Liszt sobre arias de Mozart o canciones de Schubert, melodías que además de ser perfectas en sí mismas estaban en la cabeza del público de la época. Mehldau tiene un genio especial para elegir las melodías más hermosas, especialmente las del pop, y la devoción que transmite por ellas -y la manera en que las hace hablar o palpitar un poco diferente sin que dejen de ser en ningún momento lo que son- es conmovedora.

Los recitales de Mehldau seguramente son menos pirotécnicos de lo que habrán sido los de Liszt o Thalberg, pero de todas formas el primero es un pianista muy activo. Trabaja más sobre el principio de agregación que de la sustracción que uno podría encontrar en los últimos desarrollos de Jarrett, para citar al otro gran pianista de la escena actual. En Paris, una de las mejores piezas de la discografía de Mehldau, el principio de agregación tiene un equilibrio fascinante. No se oye un piano orquestal, sino un piano en capas, y por encima o en medio de esas capas, como una música dentro de otra, se diseña un vals inolvidable. En este recital, Mehldau lo combinó con una escueta versión de Retrato em branco e preto, hecha fuera de la armonía original (y, vale agregar, fuera del horrible estilo bossa-jazz), pero extremada en esa oralidad en la que uno, y sin duda lo mismo le ocurrirá a Mehldau, no puede dejar de oír a Joao Gilberto. «

Brad Mehldau
Teatro Gran Rex, martes
Muy bueno

Fuente: Clarín

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