domingo, 13 de septiembre de 2009

Itinerario del alma femenina

Roxana Berco, la actriz, hija de la recordada Susana Campos, se luce con tonos, acentos y miradas en "Aureliano"

La nueva obra de Román Podolsky se titula "Aureliano", donde frecuenta, como en "Harina", algunas teorías sobre el universo de la mujer. Un notable trabajo de Roxana Berco.

Por: Laura Gentile

Aunque lleva por título un nombre de varón, se podría decir que Aureliano (dirigida por Román Podolsky y protagonizada por Roxana Berco) es una obra de chicas. Como el color rosa. Una obra que invita a entrar a una cajita donde está una mujer que cuenta su mundo.

Después de haber llevado a escena Por su puesto ¿unipersonal protagonizado por Marta Pacamicci¿, Román Podolsky vuelve a lo logrado con la encantadora Harina (2005): una obra pequeña pero intensa, plagada de momentos sensibles. Posibilitando, así, entrever una especialización para el director: la de dramaturgo serial de mujeres. Como si estuviera armando una futura colección exquisita, un muestrario de mundos femeninos.

Como en Harina (protagonizada por Carolina Tejeda) en este caso el hallazgo, lo que encanta, la flor, es la actriz. Los tonos, los acentos, las miradas, todo en Roxana Berco (hija de la recordada Susana Campos) resulta graciosamente elocuente. Y puede ser triste también. Siempre, ricamente expresivo. Sola allí, con sus modos y maneras, logra mantener la atención, encantar al espectador con sus cuentos y teorías.

Porque Aureliano está plagada de teorías, no grandilocuentes pero sí interesantes, sobre la vida: la de los vestidos y sus energías ("si tiene tristeza, un día que no importe tanto hay que sacarlo a pasear", aconsejará en un tramo la protagonista de la obra). Otra teoría: lo inoportuno de ciertos pensamientos para subir hasta una cima. Una más: la de las palabras que desean. La de la belleza apabullante de ciertas mujeres. Reinas que se esconden en cualquier profesión. ("Mi peluquera es muuuy linda...", dirá, en otro momento, como quien se dispone a hablar de algo muy serio). Esa belleza definitiva que genera envidia en quien lo la tiene. Las bellas, se sabe, son las otras pero yo también tengo hambre. "Hambrientas ellas y hambrientas yo", agregará como grito auto validador. También están allí, en escena, las ganas, los deseos, el amor, la frustración. El encuentro con el hombre y, por cierto, el desencuentro, la espera.

El hombre en Aureliano está presente como ausencia o recuerdo. De hecho está todo el tiempo en escena, toca prodigiosamente el piano, baila descontroladamente el chamamé, y hasta la mira hacer a ella en una escucha comprometida y tierna, efectivamente lograda por Mariano Pérez de Villa, psicólogo y danzaterapeuta que también es compositor de la música original.

Hay una tercera presencia, geográfica, mitológica, quizás. Paraguay campea en la obra como ícono del calor erótico, de lo seductor, de lo que arde y arrebata, incluso de la posibilidad de traición y perdición ("el marido de una amiga mía la dejó para irse a Paraguay").

Por último, la original escenografía de Alejandra Polito y la iluminación de Matías Sendón resultan clave para potenciar el clima de esta obra delicada.

Fuente: Clarín

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