martes, 8 de septiembre de 2009

“Es un mundo coral, donde hay dos fuerzas que se oponen”

TEATRO › ALICIA ZANCA Y SU NUEVA PUESTA, LA COCINA

En la obra de Arnold Wesker que acaba de estrenar en el teatro Regio, la directora y actriz identifica dos grupos antagónicos: los empleados y el dueño de un restaurante. El tema es la presión que sufren las clases trabajadoras y la violencia que resulta de ella.

Por Cecilia Hopkins

Nacido en Londres, hijo de un sastre de origen judío-ruso, y de madre judía-húngara, Arnold Wesker escribió La cocina en 1957, cuando tenía 25 años y trabajaba en un gran hotel. Algo más de 30 años después de que Jorge Hacker hiciera la primera puesta de esta obra, Alicia Zanca estrenó su versión en el teatro Regio (Córdoba 6056), sala perteneciente al Complejo Teatral de Buenos Aires. La pieza realiza un paneo crítico sobre las relaciones sociales haciendo foco en la cocina de un restaurante, donde trabajan personas de diferentes nacionalidades en condiciones poco humanitarias. La acción comienza a las 7 de la mañana cuando los empleados llegan a su puesto de trabajo y entre cocineros, camareras y ayudantes se va generando un entramado de amores cruzados, celos y chismes. La temperatura emocional de la cocina va elevándose a medida que surgen los roces del personal con el dueño del establecimiento. El cansancio físico y los entredichos que circulan entre los empleados van creando las condiciones para que se produzca lo inevitable. La situación de violencia que finalmente involucra a todos es generada por el único personaje que no puede amoldarse a un espacio como ése, donde la hipocresía y la maledicencia son prácticas habituales.

Uno de los rasgos más personales del texto de Wesker es el movimiento coral que pide el autor para dar cuenta del trabajo extenuante que día a día se cumple en esa cocina. Zanca convocó a Graciela Galán para generar el espacio escénico y a Carlos Casella y Gabriela Barberio para crear una coreografía alusiva a las idas y venidas de camareras y asistentes. El diseño acrobático pertenece a Hernán Peña, la música a Martín Bianchedi y la iluminación a Gonzalo Córdova. Por otra parte, para volver creíble el movimiento de los cocineros entre ollas y sartenes, parte del elenco asistió a las clases de una escuela de cocina (ver recuadro).

La directora considera que la vigencia de la obra radica en ciertos subrayados del autor que pueden aplicarse al conjunto de la sociedad: lo que importa en esa cocina es la cantidad por sobre la calidad de los alimentos preparados y la explotación es el modelo de relación que entabla el empleador para obtener “lo mejor” del empleado. El elenco cuenta con 19 actores, presentes en escena todo el tiempo, cada uno dueño de un rol que le pauta ciertas acciones corporales: están los pasteleros, los que hierven, los que fríen, los que se ocupan de cortar verduras o limpiar pescado. “Se trata de un mundo ‘coral’, donde hay dos fuerzas que se oponen”, resume la directora en la entrevista con Página/12. “Allí, cada historia muestra recortes de cotidianidad, pero son sólo pedacitos de vida, sin demasiada profundidad, porque parecen ser consumidos por esa cocina”, analiza Zanca.

–¿En qué radica la vigencia de esta obra de Wesker?

–Es un texto valioso, precisamente por su actualidad. Wesker habla de la presión que sufren las clases trabajadoras y por lo tanto se hace eco del enojo de los explotados hacia aquellos que ejercen su explotación. Su experiencia trabajando en una cocina le permite poner en imagen esta visión del mundo. Wesker cuenta aspectos de nuestro mundo actual donde importa más la cantidad que la calidad del producto.

–¿Qué es lo que más le interesó del modo en que el autor expone el relato?

–La obra nos describe un día dentro de una cocina, desde su apertura y el encendido de fogones hasta el fin de la jornada de trabajo, cuando se sirve la cena. Lo valioso es que a pesar de hablar de la realidad utiliza recursos virtuales que elevan su discurso a un nivel poético. A él le importa más contar la verdad que la realidad.

–¿Le entusiasma que aparezca la crítica social en el teatro?

–Sí, pero siempre que uno no traicione al autor.

–¿De qué modo sería traicionado un autor?

–Trato de interpretar qué quiere decir el autor y cómo cuenta su historia. No me parece que haya que utilizar un texto para decir algo que no está en él. Para mí, el contenido de una obra no debería ser modificado, porque expresa la intención del autor.

–¿Qué intención tuvo Wesker en La cocina?

–En esta obra Wesker hace referencia a los intereses de dos grupos antagónicos (los empleados y el dueño) y justifica las razones que esgrimen uno y otro. Claro que gana el patrón, ya que el que se rebela tiene que irse. Hay autores que militan desde su literatura y son más didácticos y otros que se expresan desde un sentimiento humanitario. Para mí Wesker posee una combinación de las dos instancias, sin llegar a ser maniqueo en ningún momento.

–Hay muchos personajes en La cocina. ¿Cuáles son los que considera más relevantes?

–Pedro, el encargado del pescado hervido, es el rebelde. Es el que se pregunta sobre el sentido de su vida. Es el que quiere cambiar aunque no sabe cómo. Mónica es la camarera que tiene una relación con Pedro, aunque está casada y sabe que va a quedarse con su marido. Pablo es el que sueña con alguien en quien confiar. Para Hans, en cambio, la atracción es el dinero y para Raymundo, las mujeres.

–¿Cuál es la problemática principal que están compartiendo todos ellos?

–El trabajo a destajo, porque todos trabajan sin parar. Esto les ocasiona que sus relaciones sean superficiales. Nada prospera en la cocina: los odios y los amores desaparecen con la misma rapidez con la que comienzan. Hasta se puede interrumpir un embarazo, porque no hay destino para nadie. Ni sueños.

–¿Cuál es el razonamiento que esgrime el dueño del restaurante para justificar ese estado de cosas?

–Marango cree que si él paga lo que corresponde a cada uno por su trabajo, si les da a sus empleados la oportunidad de comer lo que quieren, él no comete ningún error. El piensa: “No sé qué otra cosa puedo dar a un hombre, además de trabajo, comida y dinero... si la vida es eso”.

–Sus últimos espectáculos se destacan por la utilización de recursos multidisciplinarios. ¿Cuándo surgió esta necesidad?

–Tal vez cuando mi hija me pidió que le hiciera una síntesis de Romeo y Julieta, para su escuela, porque le parecía un plomo. Entonces empecé a mirar mucho material y a pensar de qué modo los adolescentes podrían escuchar mejor los grandes textos. La conclusión fue que yo debía lograr una actualización desde lo visual.

–¿Cuál fue el resultado?

–Vinieron muchos colegios y hubo muchas monografías sobre el trabajo que me dieron una gran satisfacción. También reconozco la influencia del Cirque du Soleil, en cuanto a su estructura multifuncional. Pero no siempre trabajo desde ese lugar: cuando tomé a Griselda Gambaro, primó una visión minimalista.

–¿Cómo se articulan estos lenguajes en esta puesta?

–Wesker pide coreografías y música en todos sus textos. Aquí hasta propone movimiento en cámara lenta, ritmos que van creciendo y detenciones. Aun cuando en la puesta estarán ausentes los materiales concretos con los que trabajan, los actores tuvieron que aprender a cocinar para luego hacerlo desde la imaginación.

–Esta puesta, como otras anteriores suyas, se presentan en un espacio alejado del centro. ¿Cree que hay un teatro estimado para el centro de la ciudad y otro para la periferia?

–Para mí hay un solo teatro. Yo soy fiel a mis ancestros, ellos son mi mayor influencia. Nací en Barracas y mi familia tenía una peña: allí mi tío tocaba el bandoneón, mi tía cantaba, mi abuelo tocaba la guitarra y yo recitaba. Actuábamos en carnavales y dábamos serenatas. De allí mi gusto por las murgas de carnaval, el Teatro Colón, las obras de teatro que me llevaban a ver en el secundario, las tres películas que veía todos los miércoles con mis padres... Todo eso me constituye y creo que lo que más me interesa es hacer un teatro para todos.

Imagen: Sandra Cartasso
Fuente: Página 12

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