viernes, 11 de septiembre de 2009

Cenizas del menemismo

Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro

Las dos apuestas fuertes de la temporada de estrenos nacionales confluyen desde hoy en la cartelera. A la exitosa El secreto de sus ojos se suma la última película del director de Tango feroz, un seudo thriller de inspiración literaria que intenta contar, a fuerza de metáforas, el final de una época.

Tres cadáveres flotan en la piscina de un country. Los vecinos se apuran a decir que fue un accidente, una desgracia, pero el racconto minucioso de sus vidas cotidianas no parece apuntar en la misma dirección. Ese es el argumento de Las viudas de los jueves, la novela de Claudia Piñeiro ganadora del premio Clarín de Novela 2005, y también de esta adaptación a cargo de Marcelo Piñeyro, que si introduce algún cambio con respecto a su inspiración es tan mínimo como la letra de diferencia entre los apellidos de sus autores.

En 2005, mientras Piñeiro ganaba su premio, Piñeyro estrenaba su último filme a la fecha, El método. Desde su recordado debut con Tango feroz en 1993, y pasando por Caballos salvajes, Cenizas del paraíso, Plata quemada y Kamchatka, el director nunca había dejado pasar cuatro años, como ahora, entre película y película. El dato importa porque los acontecimientos de Las viudas de los jueves tienen un emplazamiento temporal muy preciso y significativo: fines de 2001, con la alambrada del barrio privado intentando contener el estallido social del otro lado.

Tanto tiempo transcurrido (además de ciertas fallas de origen, claro) parece haberle jugado en contra a Piñeyro. Porque, planteado como un thriller, el relato que se va construyendo -de manera morosa e hiperdetallista, a veces hasta la exasperación- tiene sin embargo más de didactismo histórico superficial y de retrato sociológico con brocha gorda que de otra cosa.
La caída en desgracia de Las viudas de los jueves no es la de los habitantes de Altos de la Cascada (caída... cascada... ¿se entiende?), sino la del modelo de país construido durante la década menemista, cuyas miserias esos personajes -actuados desparejamente por un elenco en el que apenas se luce la pareja de Sbaraglia y Gabriela Toscano- representan y compendian bastante explícitamente.

Más allá del preciosismo visual y la excelencia en los aspectos técnicos que ubican a Piñeyro en el mismo escalón que Juan José Campanella cuando se piensa en una industria del cine nacional, lo cierto es que -aunque El secreto de sus ojos sea ligeramente superior a la media- ambos directores suelen caer en la misma trampa: no confiar en su público lo suficiente como para evitar los subrayados y golpes de efecto que estorban el ritmo y la tensión de sus narraciones. El inverosímil monólogo final propinado por el personaje de Pablo Echarri no hace más que confirmarlo.

Agustín Masaedo

Fuente: Hoy

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