lunes, 10 de agosto de 2009

La herencia monumental del Padre Carlos Cajade

La ayuda sin fin

Foto: La imprenta, uno de los legados del Padre Cajade

Dicen que apenas se enteró de la muerte del padre Carlos Cajade el mismísimo demonio pensó: “Nos sacamos un problema de encima”. Qué hacen y quiénes son sus discípulos. Las dificultades para continuar con la obra.

Dicen que apenas se enteró de la muerte del padre Carlos Cajade el mismísimo demonio pensó: “Nos sacamos un problema de encima”. Y de inmediato puso a sus súbditos a trabajar para apropiarse del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, que el cura fundó en 1984 para atender las cada vez más urgente situación de los chicos empujados a vivir en la calle. El diablo hurgó en cuestiones estatutarias y leguleyas para que todo pasara a sus manos, pero no pudo ser: voluntarios, familiares, amigos y los propios pibes que habían sido criados en el Hogar pusieron la obra sobre sus espaldas y hace cuatro años que trabajan sin su líder para sostener el emprendimiento.

Hoy, la obra del Padre Cajade sigue adelante como siempre: tiene seis casas en la que viven 60 chicos, otras tres casas de día en las que se atienden las necesidades básicas de otros 150 pibes -aunque depende del momento- y una casa para bebés en la que se cuida a 60 recién nacidos; además de una granja, una panificadora y una imprenta con las que enseñan oficios a los chicos más grades y se imprime la revista La Pulseada.

"Necesitamos enriquecer lo que tenemos, porque ya colmamos nuestra capacidad humana", advierte a Diagonales Miguel Cabrera, un joven criado por Cajade que está a cargo de la imprenta Grafitos y es, además, educador conviviente. Con Caty, su mujer, cría a siete chicos, dos del matrimonio. Como ellos, están José y Graciela; Lidia y Darío; Néstor; El Chino y Olga, algunos con más de diez chicos bajo su protección.

Entre los amigos, familiares y voluntarios que continuaron la herencia de Cajade están Isabel, a la que le dicen "La Mamaza" porque está a cargo del La Casa de los Bebés (4 y 601); Romina, que se hace cargo de La Casa de los Niños Madre del Pueblo (6 bis y 602); y Claudia, que cuida a los niños de Los Hornos en La Casa Chispita (151 y 70). Hugo maneja la camioneta y José Cajade, hermano mayor de Carlos, se hizo cargo de la presidencia de la obra. Les sigue una larga lista de contribuyentes que ayudan a que el Hogar continúe y tenga expectativas de crecer.

educadores. Olga Madrazzo llegó al hogar en 1995, después de conocer a Cajade en Tucumán, donde trabajaba con chicos en situación de calle y estudiaba psicología social. Su idea era viajar a La Plata para aprender cómo se trabajaba y volver a replicar la experiencia. No pudo ser. Sin embargo, la obra la adoptó a ella. Y comenzó vivir en el Hogar y trabajar como educadora. "Al principio me costó estudiar, porque tenía que cuidar de muchos chicos, pero por suerte pude terminar", explica.

"Acá aprendí que la idea es que los chicos puedan quedarse con sus familias, por eso trabajamos en las casas de día para prevenir la desintegración familiar. Tanto en La Casa de los Bebés, como en Madre Pueblo o Chispita los chicos y sus padres tienen un lugar dónde les dan un desayuno, un almuerzo o una merienda, al mismo tiempo que cuentan contención psicológica y educativa", dice.

En el comedor comunitario Todo Por los Chicos (7 bis y 630), del barrio que Cajade ayudó a armar y que fue construido por los vecinos, las mujeres hacen la comida que después se llevan a su casa, a su propia mesa, donde los hijos comen con sus padres, con aquella idea de fortalecer los lazos familiares.

Si la familia se rompió, los chicos son recibidos entonces en alguna de las seis casas del Hogar. "Hace poco nos mandaron un chico de 15 años que no podíamos tener porque era muy grande, pero se quedó igual. Primero era por unos días y después se acomodó en la casa de un educador que tienen hijos adolescentes. En general recibimos a chicos más chiquitos, los adolescentes son más rebeldes. Igual, en todos los casos, lo primordial es que los pibes se integren a alguna de las casas", cuenta Cabrera, quien fue criado por Cajade.

"Tenía cinco o seis años y el Hogar recién se iniciaba. Llegué como un pibe que por esas cosas de la vida se había quedado sin familia", recuerda. Había tenido una mamá, un papá y dos hermanos, pero la falta de trabajo desintegró a su familia: "Yo caí a vivir con el cura", dice.
Cabrera hizo la primaria en la Escuela 9 y a los 14 años empezó a trabajar formalmente en la granja del Hogar. Se fue a los 17 para construir su vida junto a Caty, que esperaba su primer hijo. "Trabajé en una casa de repuestos de autos, en el centro, pero volví cuando salió el proyecto de la imprenta. Yo no sabía nada del oficio, pero me entusiasman las máquinas, así que hice una capacitación y empecé a trabajar acá. Y hace seis años volví como educador". Cajade murió hace casi cuatro, el 22 de octubre de 2005.

Tarea. Entregados a mantener la obra viva, organizados en un colectivo horizontal y participativo que intenta compensar la ausencia del sacerdote y las crisis propias y las impuestas por la situación económica, política y alguna pelea ideológica, los educadores lamentaron que algunos hogares nacidos de otras iniciativas hubieran cerrado en los últimos meses por falta de apoyo estatal. "Aunque suene feo, hay que decir que no se está invirtiendo en la niñez", afirma Cabrera.
Los educadores del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, el Hogar del padre Cajade, saben que no hay otra alternativa que dar al máximo: “A los niños no sólo hay que darles comida, ropa y un lugar dónde dormir; hay que darles lo mejor", coinciden. Para lograrlo, crearon su propia gran familia, en la que la tarea educativa no termina cuando los chicos cumplen 18 años: "Nadie pone a sus hijos en la puerta con una valija y les dice 'hasta aquí llegamos'. Nosotros los acompañamos toda la vida, a veces como padres y a veces como hermanos, porque hay muchos chicos que se criaron acá y tienen nuestra misma edad, o son apenas unos años más chicos, pero nunca los abandonamos".

Lo que Cajade legó sigue igual. Ahí está su decálogo, para ser un espejo que ayude a crear un país como gran hogar, un país como gran familia, con trabajo y trabajadores. Solidario y con justicia, que tenga que ver con el pan y no con las balas. Con dirigentes que sean padres, hermanos y amigos. Un país con remedios y guardapolvos, con un Dios verdadero y no con su caricatura. Qué así sea.

Fuente: Diagonales

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